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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Portugal

Por supuesto, yo iba con Portugal. El gol de Éder me produjo una de esas alegrías que sólo se sienten de niño, aumentada porque ocurrió precisamente en los momentos en que todas las esperanzas iban tomando el camino que conducía a las manos del portero Rui Patrício, del que confiábamos que dominara, con la misma seguridad que demostró todo el partido, el miedo a los penaltis.

Yo iba con Portugal por razones fáciles de entender: porque es un país que quiero de ese modo tan poco afectado que me permite sentirme con derecho a ponerlo verde con la misma desenvoltura con que lo hacen los portugueses en los veladores de las terrazas, y porque si no tuviera el mío me gusta creer que ningún otro país en el mundo necesitaría de menos palabras para justificar por qué me acoge.

Yo iba con Portugal porque no veo equipo más capaz de entregarse a la resignación de perder a su mejor futbolista en uno de los partidos más importantes de su historia sin que le cambie el semblante. Y eso sólo se consigue cuando uno está acostumbrado a hablarle de tú a la mala suerte y a vivir sabiendo que todo lo que pueda torcerse se torcerá en algún momento; a veces cuando más daño hace.

Iba con Portugal no sólo porque la historia de la Eurocopa le debía la cuenta que no le pagó cuando Grecia le birló la copa con un fútbol infame de metisaca pescuecero. Ahora había una buena ocasión de saldar la deuda porque nada como París, y también ante el anfitrión,  para que se entienda que hay derrotas dolorosas y luego hay otras derrotas trapaceras –como esa ante Grecia del 2004 y en el mismo Lisboa–, que cuando acaba el dolor el sufrimiento sigue mientras no se disuelve –y dura años– el estupor que deja. Ahora lo sabrá Francia, que también sabrá que la ventaja del músculo no es suficiente en el fútbol, y que ahí radica parte de su hermosura.

Yo iba con Portugal, pero no precisamente por Cristiano Ronaldo, que es quien más cerca estará de hacer de la Eurocopa una interpretación fenicia, sino por el pasado de Eusebio, de Torres, de Coluna, de Futre, de Figo…, alguno de los cuales vi en el Trofeo Ibérico, en el viejo Vivero de la mano de mi padre, y con quienes los campeonatos de selecciones fueron injustos. Y también, y sobre todo, iba con Portugal por el futuro de gente como Renato Sanches, ese muchacho de 18 años que juega como quien ha escogido el fútbol para que le ayude a explicar qué es la alegría de vivir. Ese Renato Sanches, al que me gustaría ver en él a la juventud de Portugal paseando su insolencia por el continente.

Iba con Portugal porque imagino que el lunes, el martes y muchos días por delante, en todos los rincones de Francia donde haya un emigrante portugués habrá alguien con un nido de orgullo ardiendo en el pecho tras el cerillazo de Éder.

Yo iba con Portugal por todo lo que aquí digo y por más que no cabe. Pero aunque nada de esto sirviera, siempre iría con Portugal frente a cualquier equipo al que se enfrentara por una cosa sola: sencillamente porque le debo el café.

Seguro que hay gente que me entiende.

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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