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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Destino

Aviso al lector por si no quiere seguir leyendo: voy a escribir bien de Vara. Me gustó su discurso sobre el estado de la región. No porque hiciera un diagnóstico de la situación más o menos acertado. En este aspecto creo que fue demasiado complaciente consigo mismo, pero ¿quién no lo es, quién se coloca delante del espejo y no encuentra suficientes argumentos que le permiten mirarse con indulgencia? Me gustó a pesar de no admitir que su gobierno es, estructuralmente, un disparate en el que, preso de un estúpido compromiso sobre la austeridad mal entendida, se ha obligado a mezclar perros con cencerros; o a pesar de intentar hacernos creer que una ley, y no la mejora de la vida en la región, pudiera siquiera paliar el grave problema demográfico de Extremadura.

Pero me gustó Vara a pesar de esas apreciaciones, erróneas a mi juicio.  Me gustó porque vi en su discurso un intento de no presentarse ante la tribuna de la Asamblea exclusivamente como un gestor cuyo trabajo de responsable político se reduce a reflejar el dietario de la contabilidad anual. Me gustó a partir del momento en que empezó a desobedecer las reglas no escritas de lo que debe ser un discurso sobre el estado de la región, según las cuales el presidente de la Junta está obligado a dar cuenta de lo hecho y de lo no hecho –aunque de eso ya se encargará la oposición de recordárselo, como es su obligación— desde el anterior discurso sobre el estado de la región.

Dicho en corto: me gustó Vara a partir del momento en que empezó a soñar, en que empezó a hacer planes de futuro, y concretamente a partir del momento en que planteó ese proyecto de aprovechar las condiciones de la región para hacer de la Extremadura verde una oportunidad de desarrollo.

Llevo 35 años dedicado, por profesión y devoción, a observar la realidad extremeña y he llegado a la conclusión de que uno de nuestros males históricos es haber convertido nuestra realidad en una costumbre. Una costumbre que en buena parte está aposentada debido a una decisión común tácita, y no a una condición impuesta. Nos gusta la familiaridad y el confort de lo conocido –¿a quién no?–, y así, un discurso del estado de la región tras otro, una legislatura tras otra, nos vemos enredados en los mismos familiares recuentos de parados mes a mes, de cotizantes mes a mes, de listas de espera sanitarias cada cuanto… Tasas, porcentajes, oscilaciones de variables para todo porque todo cabe en la estadística, en la que hemos caído presos hasta el punto de que hemos acabado consintiendo que sea la estadística –¿cuántos parados más o menos tiene Vara que Monago?– el supremo juez de la política.

Por eso, cuando veo que el presidente de la Junta se salta el guion y se pone a hablar del futuro, no como si el futuro fuera el viejo conocido fruto de la inercia del presente, sino como un territorio que se construirá mediante la inspiración colectiva y el esfuerzo de muchos, me siento en la obligación de reconocer que ahí estuvo líder. Aunque sea para no olvidarlo y para, de ese modo, poder exigírselo. Porque Extremadura necesita, como el comer, un nuevo destino y una nueva política que lo haga posible.

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Sobre el autor

Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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