De entre las muchas cosas que desde pequeño no he olvidado de mi padre está su opinión sobre los zahineros. Decía que no conocía a ninguno que no fuera honrado. Y tenía motivos para decirlo: mi padre tenía una tienda en Higuera de Vargas, a 15 kilómetros de Zahínos, en la que vendía desde un traje a munición para rellenar cartuchos de caza. Allí compraba gente de Zahínos y era raro que pagara a tocateja; la mayoría pagaba poquito a poco, ‘a la dita’. No había problema: los zahineros siempre volvían a nuestra tienda a pagar sus deudas.
Aunque no lo hubiera aprendido de mi padre, yo supe por mí mismo que los zahineros son honrados por una pequeña historia de fútbol y gaseosa: un año Zahínos nos llamó a los de Higuera para jugar el trofeo de la feria, y allá que fuimos en la furgoneta de Secundino. Cuando terminó la primera parte íbamos ganando 0-2. Hacía un calor como solo lo hace en los cuentos de Juan Rulfo, así que estábamos descansando a la sombra de una encina igual que las ovejas cuando llegó el alguacil con una caja de gaseosas para que nos aliviáramos la sed. Diez botellas, diez litros. De naranja, limón y cola. Ocurrió que en la segunda parte, empancinados por la gaseosa, no podíamos ni rabearnos. Nos metieron 4. Al final del partido vinieron a disculparse y hubo quien dijo que aceptarían el resultado del primer tiempo para que no nos cupiera duda de que la gaseosa había sido un regalo y no, como resultó ser, un dopaje inverso.
Me he acordado de la honradez de los zahineros a raíz de que Hacienda ha tirado de estadística, ha hallado la media de lo que se declara en cada municipio y ha concluido que Zahínos es el segundo pueblo más pobre de España (con Higuera de Vargas, por cierto, pisándole los talones: somos el 14 entre los más pobres). Sinceramente, me da igual lo que diga Hacienda porque yo soy partidario de Mark Twain, ese lúcido escritor que decía que las mentiras se dividen en tres clases: las mentiras propiamente dichas, las malditas mentiras y, fuera de categoría como algunos puertos del Tour, las estadísticas.
Pero sí me hubiera gustado que Hacienda, con los recursos que tiene debido a su casi ilimitado conocimiento sobre cada uno de nosotros, hubiera cruzado datos y hubiera completado el estudio con otro sobre el altísimo índice de honradez de los zahineros, pues a pesar de su escaso dinero sí les llega para pagar puntualmente sus deudas (y para no apropiarse de victorias obtenidas por provocar, involuntariamente, la inferioridad del rival). Quizá de este modo, Zahínos aparecería donde le corresponde: en el ‘top ten’ de la honradez, y Pozuelo de Alarcón, que según Hacienda es lo más opuesto a Zahínos pues es el pueblo más rico de España, no iría por ahí sacando pecho al verse como uno de los primeros pueblos en esa estadística de la infamia de los casos de corrupción. Porque cabe recordar que en Pozuelo hizo fortuna la red ‘Gurtel’, que era un nido de trincones, y nos hicieron creer que en ese pueblo obran prodigios tales como que los coches Jaguar brotan de un día para otro en los garajes de gente que, con el tiempo, llega a ministra de Sanidad.
En Zahínos no hay ni un Jaguar.