Si ustedes me exigieran que este artículo sirviera para algo más que para justificar la tinta que contiene no se me ocurriría mejor cosa que decirles: “Acaben apenas esta frase que están leyendo, dejen el periódico sobre la mesa, corran a la librería más próxima y háganse con el ‘Manual para mujeres de la limpieza’, de la norteamericana Lucia Berlin”. Pero si me preguntaran por qué recomiendo ese libro con tanto ahínco como para conminarles a que salgan de casa sin despedirse y aun olvidando el abrigo en el perchero, no sabría darles una explicación razonablemente convincente. Porque Lucia Berlin no cumple ni de lejos con el canon de lo que podríamos considerar una escritora: no tiene ‘obra’, sólo escribió 77 relatos en sus 68 años de vida, es decir, sale a poco más que a un relato por año, algunos de no más de un folio, la mayoría de tres o cuatro y el más extenso ¿quizás 30 páginas?
Ni siquiera ella tenía muy claro si era o no una escritora aunque en algún momento hablara del relato que estuviera escribiendo como si fuera uno de sus quehaceres. Nunca tuvo conciencia de que sus textos tuvieran trascendencia literaria a pesar de que alguno de ellos fue premiado y su libro –ese libro que es ahora celebrado en medio mundo– es apenas una recopilación de textos reunidos en 2015, once años después de muerta. Su prosa es tan poco brillante que de su lectura no ha quedado en mi memoria rastro de un párrafo rotundo o una frase feliz; la estructura de sus relatos es tan simple que algunos están toscamente rematados o directamente sin siquiera rematar y quedan colgados de la última frase como si el mundo hubiera echado el freno justo en el instante en que el columpio en el que estamos alcanzó su cénit y el lector, abandonado ahí, se asoma al abismo del punto final. Y, por si fuera poco, no hay en los relatos de Lucia Berlin otra cosa que no sea la vida azarosa de Lucia Berlin porque nunca se salió de eso que se ha dado en llamar autoficción, que es un modo de escribir fabuladamente de uno mismo quizás porque no hay talento para que la imaginación emprenda un vuelo más arriesgado.
Y sin embargo, contra todas las cosas, ese libro es un arrebato, es un huracán con tanta literatura dentro que no podrán leerlo sino de a poco, con la misma disciplinada posología con que cualquiera lee a Machado. Pone tanta emoción Lucia Berlin en lo que cuenta que su libro querrán tenerlo cerca porque su ausencia les terminará inquietando; hay tanta alegría y tanto dolor y risa y amargura y libertad y entrega y pasión en sus frases llanas que se apoderará de ustedes y les birlará el ánimo y recibirán su lectura con risas y lágrimas, atropellada o sosegadamente o como Berlin quiera, como Berlin los lleve y los traiga, los zarandee, los acogote o los acaricie o los bese… Como Berlin elija el modo en que ustedes se enamoren de ella. Porque se enamorarán. Esa mujer –bellísima, por cierto—les enamorará y no podrán vivir sin leerla.
Y yo quedo contento porque Lucia Berlin me da la oportunidad de que esta columna sea una lectura de provecho.