El pasado domingo el periódico ‘La Razón’ y el digital ‘El Confidencial’ traían encuestas que coincidían en algunos pronósticos: uno de los más llamativos era el descenso de Podemos en la confianza de los votantes hasta el punto de que pasaría del tercer al cuarto puesto, sobrepasado por Ciudadanos. La encuesta de ‘La Razón’ –que como la de ‘El Confidencial’ había sido elaborada en estos días de crisis en Cataluña–, cuantificaba también la pérdida de escaños con respecto a las últimas elecciones: entre 13 y 17, de tal modo que el partido de Pablo Iglesias pasaría de sus 71 escaños actuales a entre 54 y 58. Me da la impresión de que esa fuga de apoyos no extraña a casi nadie.
Y es que cuando dentro de algunos años los historiadores hagan un análisis detallado de la crisis política de octubre del 2017 derivada del intento secesionista de Cataluña, seguramente dedicarán buena parte de sus esfuerzos a explicar la sorprendente actitud que en ella ha tenido el partido surgido del 15M, la explosión ciudadana de mayo de 2011. Los historiadores trazarán el arco que va de las acampadas de la Puerta del Sol y de otras ciudades de España protagonizadas por el movimiento de los indignados con un sistema político y económico que les estaba haciendo pagar con paro, desahucios y destrucción de sus expectativas vitales el colapso del sistema productivo y financiero. Y de cómo fue canalizada a través de Podemos esa energía que se expresó en manifestaciones multitudinarias que abrían una ventana de esperanza a la regeneración del sistema político empantanado en el bipartidismo. Dirán también que este partido levantó unas enormes expectativas desde su inesperada irrupción en las elecciones europeas de 2014, –logró cinco escaños y fue el asombro de España– y que, sin embargo, terminó jugando en la crisis del 2017 el papel de muleta del nacionalismo y de comprensivo aliado del movimiento independentista catalán, cuyo objetivo es torpedear la solidaridad y blindar sus privilegios.
Porque Podemos, observado en su proceso de mutación, ha hecho el viaje de ‘Democracia real, YA’, el eslogan que resumió la aspiración de regeneración del 15M, a sostenerles la pancarta a unos aventureros suicidas que están llevando a Cataluña a la división ciudadana, al desmantelamiento empresarial y al abismo político inspirados en el vergonzoso eslogan ‘España nos roba’. Desde el aliento regenerador de ‘Democracia Real YA’ a la justificación del fundamentalismo nacionalista (perdón por la redundancia) del ‘España nos roba’: ese es el itinerario que ha trazado Podemos y por el que le juzgarán los historiadores cuando escriban la Historia y –como señalaban las encuestas del pasado domingo–, no pocos de sus votantes mucho antes: en cuanto tengan su primera oportunidad ante una urna…
Pero ahí están, sin reconocer sus errores. Han sobrepasado incluso a los viejos partidos en escasez de autocrítica: hoy no hay una formación política en la que se aprecie menos diversidad de ideas que en el partido que hizo gala de lo contrario. Da la impresión de que si Pablo Iglesias se tira a un pozo (y con Cataluña es lo que está haciendo) ese pozo tarda apenas nada en llenarse de pablistas hasta el brocal.