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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Maestra

¿Saben la historia de Matteo, el niño italiano de ocho años que ha inventado la palabra ‘petaloso’? Merece la pena ser contada: Matteo es un alumno de tercero de Primaria del colegio Marchesi de Copparo, un pueblo de 16.000 habitantes de la provincia de Ferrara, al norte de Italia, a quien su maestra mandó hacer una redacción en la que debía emplear cuantos más adjetivos mejor. Matteo escribió varias frases y en una de ellas puso que una flor es ‘petalosa’ –escribió ‘petaloso’ porque la palabra flor es del género masculino en italiano—para indicar que se refería a un ejemplar con muchos pétalos. Pero ‘petaloso’ no existe en italiano y su maestra –casualmente con nombre de flor: Margherita—lo consignó como error al calificar la redacción de Matteo. Sin embargo entendió, y así lo contó posteriormente a los periódicos, que se trataba de “un bello error” y por esa razón pidió a Matteo que escribiera a la Accademia della Crusca, que es la equivalente a nuestra Academia de la Lengua, solicitándole que admitiera como nueva palabra el adjetivo que había inventado. La secretaria de la Crusca leyó con atención la carta de Matteo y le contestó diciéndole que su palabra estaba bien formada y que respetaba las normas del italiano. Le decía, además, que si conseguía que se extendiera su uso y que muchos hablantes la utilizaran era posible que llegara a formar parte del Diccionario. Entonces la maestra contó esta historia en su cuenta de Twitter y se extendió como la pólvora. Hasta el primer ministro, Matteo Renzi, se hizo eco de ella, felicitando al niño y a la Academia y dando la bienvenida a la nueva palabra italiana, ‘petaloso’.

Les cuento esto no sólo porque crea que es una historia estupenda (y además, como diría cualquier guionista, “acaba bien”), sino sobre todo porque creo que esta no es la historia de Matteo, por muy famoso que se haya hecho en toda Italia después de haber escrito que una flor de muchos pétalos es una flor ‘petalosa’. Matteo, en realidad, no es más que un niño con suerte, cuya inventiva, tan común a los de su edad, ha tenido acogida. (Ejemplos de lo contrario los hay a miles: ahí tienen nada menos que a César Vallejo, que inventó, entre decenas de palabras maravillosas, ‘tristumbre’ y todavía, casi un siglo después, la sigue desdeñando el Diccionario).

Tampoco es la historia de la Accademia della Crusca, por muy atenta a los hablantes del idioma y a su capacidad de inventar palabras que haya demostrado estar. Esta es la historia de Margherita Aurora, que ese es el nombre y apellido de la maestra del pequeño Matteo, que se ha ganado a pulso la mayúscula para referirse a ella como Maestra. Margherita, de pronto y seguramente sin proponérselo, ha inventado mucho más que una palabra: ha inventado una definición de lo que debería ser alguien que merece ejercer el magisterio: “Aquel que es capaz de detectar lo que hay de belleza en un error”. Imagínense lo que sería el mundo si cada uno de nosotros hubiéramos sido educados para encontrar todo lo aprovechable que haya en nuestros errores. Encontraríamos, al fin, lo que buscaba Aute: rosas (petalosas) en el mar.

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Sobre el autor

Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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