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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Obituarios

Desde hace algunos meses, una de mis obligaciones es la de cuidar la página de obituarios que, cada domingo, publica este periódico.  Se trata, como seguramente  saben, de unos textos en los que los familiares de los fallecidos expresan el sentimiento de pérdida que les ha supuesto su muerte y el recuerdo de la vida que han compartido. Algunas veces yo escribo los textos que se publican a partir de las informaciones que me proporcionan los más allegados, pero otras, la mayoría, son los propios familiares, o los amigos, quienes los escriben.

Puedo decirles que es una gran experiencia. Llevo trabajando en el periodismo desde el año en que Tejero intentó un golpe de Estado, hace 35 años. Durante este tiempo he hecho casi de todo en este oficio, incluidos algunos trabajos que encerraban una cierta responsabilidad. Lo digo para que se entienda mejor que, nunca como hasta ahora, con esta página de obituarios que me toca hacer para su publicación cada domingo, he sentido tan de cerca la decisiva importancia de la comunicación. Esa página es, muchas veces, pura entrega. El gesto final, quizás definitivo, de una familia hacia su padre, hacia su madre, el de un marido hacia su mujer… O la expresión de la amarga perplejidad de unos amigos que no logran comprender la pérdida para siempre de alguien con quien han vivido miles de momentos tenidos por únicos precisamente ahora, cuando ya es irreparable.

Basta leerlos someramente para que salte a la vista que esos obituarios son para sus autores mucho más que una redacción pautada sobre los sucesos más notorios de la vida de las personas que recuerdan. Al contrario: son siempre textos tan elaborados, tan cuidadosos, se les nota tan reposados durante días que lo más fácil es imaginar que han sido releídos por su autor y dados a leer a otros hasta el cansancio. Tan importante es el obituario –y muchas veces, tan reparador– que cuando hablo con una persona que va a escribir uno siento que le estoy proponiendo una laboriosa y comprometida encomienda. Tanto que esos textos se convierten en una oportunidad de entender mejor a mis congéneres, y seguramente sin saberlo sus remitentes,  en la ocasión en que hacen más grande a este periódico: más cercano, incluso más íntimo, más confiable, más amigo.  Más necesario para que la comunidad fragüe.

Cuando pasen las páginas del periódico el próximo domingo les propongo que, si no lo han hecho nunca, se detengan en la de los obituarios. Allí encontrarán, sin intermediarios, el resumen de una vida, pero también un deseo, una evocación, un llanto…  Encontrarán alegría; la alegría que se desprende de los recuerdos de una vida en común. Allí está la memoria al ras. Allí no es difícil que encuentren, escrito entre líneas, una arrasadora declaración de amor como si fuese –quién sabe si lo es—la voz última salvada del silencio.  O el texto conmovedor de un nieto que de su abuelo recuerda, sobre todo, su indeclinable afán de contar historias. O un párrafo crudo que conmueve hasta el hueso por algo que quedó no dicho. Pendiente ya para siempre.

Mucha vida, en los obituarios.

 

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Sobre el autor

Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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