Uno de los retos más atractivos a los que se enfrenta la exploración de nuestro sistema solar es el de despejar la incógnita de lo que hay bajo la superficie de Europa, la más pequeña de las cuatro grandes lunas de Júpiter. Existen ya pocas dudas de que alberga un océano sepultado de agua líquida y, por eso, los astrobiólogos aventuran la posibilidad de que Europa sea uno de los cuerpos celestes más cercanos a nosotros en los que podría haber alguna clase de vida, o al menos vestigios de ella. Arthur C. Clarke, el célebre autor de la trilogía ‘Odisea espacial’, participa de esa teoría y en el primer volumen de la misma alimenta la fascinación por Europa al hacer que ‘HAL’, el supercomputador que gobierna la nave Discovery hasta que se toma atribuciones que no le corresponden y es desenchufado, envíe a la Tierra un mensaje cargado de misterio y de invitación a la aventura: “Todos estos mundos son vuestros, excepto Europa. No intentéis aterrizar allí”.

Es posible que lo hayan adivinado: les estoy haciendo trampas con este artículo. Mi obligación hoy era hablarles de Europa. De esta Europa. De la Europa en que vivimos: la misma que ayer empezó a deportar al primer contingente de refugiados que han llegado a las islas griegas después de comprarle a Turquía un pacto infamante; de la Europa que ha permitido que se levanten alambradas en su suelo y que vaguen entre nosotros miles de personas sin porvenir ni destino; la que ha alentado esperanzas entre quienes sólo se mantienen en pie por ellas y después las arrancó por miedo; la que se compromete mendazmente con que no habrá expulsiones colectivas mientras empuja a centenares hacia afuera.

Les pido, sin embargo, que me juzguen con indulgencia. Mi conducta tiene atenuantes: que me pregunte por Europa y que acierte a contestarme que Europa es esa bola de jade rosado que las fotos de las sondas exploradoras nos han mostrado como un desierto atravesado por un laberinto interior de decenas de cauces pálidos atrapados bajo su corteza helada… si contesto con este largo ejercicio de escapismo se debe a la vergüenza de uno mismo, a que arrastrado por la inercia de hablar siempre de Europa como si fuera un paraíso del que reclamamos derechos de autor, las palabras se desvían hacia la única versión fascinante de Europa que nos queda: la de la ciencia ficción. El refugio cobarde en el que nos cobijamos para no responder por lo que les estamos haciendo a los refugiados es la apelación a una Europa que orbita en torno a Júpiter.

Todas las demás versiones han acabado siendo ruines. Tanto que hasta la de la ciencia ficción, si bien se mira, nos pone ante el espejo de nuestra ruindad. Porque seguro que Arthur C Clarke no tuvo más pretensión que hacer literatura cuando habló tan seductoramente de Europa como el único lugar de nuestro sistema solar vedado para los terrícolas, pero ese mensaje de ‘HAL’ –“Todos estos mundos son vuestros, excepto Europa. No intentéis aterrizar allí”–, encierra para los sirios una exacta y cercana brutalidad.