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Yo también robé comida del supermercado

                               “Pedid trabajo, si no os lo dan, pedid pan, y si no os dan ni pan ni trabajo, coged el pan”

Enma Goldman

 Entre tanto y tantos hablando repetitiva y premeditadamente sobre la Prima de riesgo, el IBEX 36, el IPC, y demás indicadores económicos de los que el común de los mortales no tiene ni pajolera idea, llegan unos hombres, unos sindicalistas andaluces para ser más concreto, a hablarnos de esta crisis/estafa, sencillamente, en términos asequibles para todos. Éstos son: el hambre, la precariedad, la exclusión, el desahucio… esos otros términos que tan hábilmente procuran evitar nuestros políticos, esos otros términos en los que narran su día a día los verdaderos afectados, los escalones bajos de la pirámide social.

 Tal vez por esta clarificación del problema, sea que desde las altas esferas de poder se haya movilizado tan vertiginosamente el pesado aparatage de la justicia nacional -herrumbroso y atrofiado hasta ahora- para capturar en menos de veinticuatro horas, tiempo record, a los primeros identificados en la incautación de alimentos en dos grandes superficies comerciales realizada por el SAT.

 En un país donde los empresarios aspiran a ser Amancio Ortega, acusado de explotación, humana e infantil, y sospechoso de lo mismo en una docena de países a lo largo y ancho de tres continentes –Asia, África, y América, por supuesto-, dónde se indultan latrocinios del tamaño de los cometidos por Undargarín, Rato, o el presidente del Santander, donde el fraude fiscal es amnistiado por decreto, y la corrupción política una práctica generalizada -recordemos que actualmente hay más de quinientos  procesos abiertos por este asunto dispersos por toda nuestra geografía-, algunos cuantos alarmados, ministros incluidos,  elevan sus gritos al cielo como vírgenes pudorosas ante semejante desacato a la propiedad privada: nueve carritos de la compra con productos de primera necesidad para repartir entre los más necesitados.

Discurso de Sánchez Gordillo en el homenaje a Blas Infante, junto a Diego Cañamero y otros miembros del SAT. Foto: Ángela Cayero.

 El mensaje del gobierno es claro, y va dirigido a todos aquellos susceptibles de interponerse en sus objetivos, no consentirán complicaciones. El ministro del interior lo viene demostrando desde los primeros días de su mandato, no dudando en aplicar la fuerza de los cuerpos de seguridad/represión del estado, al más puro estilo Fraga en los tiempos oscuros del franquismo.

 Por otra parte la reacción popular no se ha hecho esperar, y decenas de ciudadanos en Madrid, Barcelona, Sevilla, y Granada se han presentado en los juzgados y cuarteles para autoinculparse diciendo algo así como: “Yo también robé comida del supermercado”. Aunque valientes y resolutivos, aún no son demasiados, y a pesar de que una encuesta realizada por el diario Público afirma que un 89’6% de los encuestados está a favor de la expropiación de alimentos en casos de necesidad, también hay desde casa, quien condena.

 Es habitual escuchar comentarios del tipo “yo también lo haría” cuando salen por televisión casos de fraude, de evasión de impuestos, o de fuga de capitales cometidos por nuestras folklóricas, intelectuales, o deportistas de elite, y yo me pregunto, ¿tan alienados estamos?, ¿tantísimo ha perpetrado en nosotros la moral del esclavo como para exculpar los delitos cometidos por ricos y poderosos cuya realidad está tan alejada de la media, y condenar en cambio a unos tipos que roban unos carritos con comida para reivindicar la situación de los más desfavorecidos?

 Me comentaba ayer Sánchez Gordillo en el homenaje a la figura de Blas Infante, en el setenta y seis aniversario de su fusilamiento, que no sabe quien ha emitido la orden a la policía para practicar las detenciones, puesto que ni el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ni el juzgado de Écija se han pronunciado al respecto. Pero que no tienen miedo, que tanto para él como para muchos de sus compañeros, ir a la cárcel por defender los derechos de los desfavorecidos sería un orgullo y una forma de dignidad. Y yo que soy tendiente a establecer paralelismos, tal vez por pura pereza mental, no he podido dejar de preguntarme desde entonces si ¿no será que el día que explicaron lo de “dad de comer al hambriento” los señores Gallardón y Jorge Fernández, tan cristianos ellos, se perdieron la catequésis?

Sánchez Gordillo y el menda. Foto: Ángela Cayero

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