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Pánico en el ruedo o Diego Bardón, un torero de vanguardia

Diego Bardón tentando una becerra. Foto: Plaza

 Imaginen una corrida de toros de finales de los 60. Con sus gradas plagadas de trajes acartonados de los domingos y su palco de autoridades.

El novillero, que ha ofrecido una vistosa faena, se prepara para la suerte de espadas.

Tiempla al toro con la muleta, lo sigue en su querencia hacia las tablas y ajusta los últimos pases para acomodarse el estoque.

El público está expectante de muerte y algarada, los niños se aprietan en las primeras filas para ver caer a la bestia, en los burladeros se respiran aires de victoria y admiración, cuando de pronto, el matador arroja la espada al albero, se acerca desarmado al morlaco, y le ofrece ante el estupor de los presentes, una hoja de lechuga para que coma.

 Algo así fue lo que debió suceder la tarde que Diego Bardón, (Fuente del Maestre, Badajoz, 1943) para espanto y deleite de los aficionados, se cerró las puertas del párnaso taurino. Diego ya había mostrado al público algunas de sus “innovaciones”, toreando con dos muletas, o abandonando las plazas abrazado al toro que acababa de matar, arrastrados ambos por las mulillas. Pero aquello ya era el colmo, una verdadera tomadura de pelo, debieron pensar los entendidos.

Desde aquella tarde no le permitieron  lidiar más en España y decidió largarse a México a intentar tomar allí la alternativa,  aunque de poco le sirvió, pues las autoridades aztecas, prevenidas por su fama de contestatario y subversivo, e incluso de trotskista, dicen por ahí, vetaron su aparición en los ruedos americanos.

De izquierda a derecha: Alejandro Jodorowsky, Jacques Sternberg, Fedorov, Fernando Arrabal, Roland Topor, Luce Moreau (esposa de Arrabal) y Toyen

 Debió de ser por aquellos días, en una calle atestada de cualquiera de los barrios bohemios del D.F, o tal vez en una aldea remota de la península  del Yucatán, que se cruzó en el camino con un dramaturgo chileno de ascendencia judeo-polaca, un tal Alejandro Jodorowsky, que había sido expulsado del grupo Surrealista de París, y que acababa de fundar junto al melillense Fernando Arrabal, el Grupo Pánico.

Un movimiento artístico multidisciplinar, que abarcaba desde las artes escénicas, principalmente el teatro, el cine, y las nuevas manifestaciones como el happening y la performance, hasta las artes plásticas y la literatura.

Lo que sucedió a continuación no tiene parangón en el mundo del toreo, puesto que trasciende incluso los márgenes de las vanguardias artísticas del momento, y no será emulado de alguna forma hasta los umbrales del teatro contemporáneo, por autores como la catalana Angélica Liddell o el lusitano John Romão.

 En octubre del 72, durante la inauguración de una exposición del pintor Olivier O. Olivier, en una afamada galería de parís, el original novillero sacó de su zurrón un asta de toro que se clavó vehementemente en el muslo, para realizar con el chorro de sangre que manaba a borbotones de la herida, una especie de ritual bautismal sobre las cabezas previamente rapadas para el oficio de Arrabal y el propio Olivier.

Esta insólita representación titulada “Autocornada” fue el primero de los, digamos actos  poéticos o teatrales, protagonizados por Bardón y que después fueron denominados como “Efímeros Pánicos”.

Por su puesto, el cenáculo de burgueses más o menos filantrópicos congregado en la exposición, no entendió nada, y los tres artistas fueron expulsados de inmediato de la galería. A Diego, que se volvió a Madrid en tren esa misma noche, para presentarse malherido y con un improvisado vendaje en el Sanatorio de Toreros donde pretendía ser atendido, le costó la obra una temporada en el manicomio de Mérida.

 Poco después se escaparía para regresar de nuevo a París, al abrigo de sus amigos  Pánicos, y en la nochebuena de ese mismo año, tendría lugar en el Teatro Palace el segundo de sus efímeros: “Mi circuncisión”. Consistió básicamente, en que subido al escenario con el pene al descubierto, se retiró el prepucio, y con una gillete empapada en coñác se cortó el frenillo.

El Torero Pánico junto al padre de Morante en el callejón. Foto: J.V. Arnelas

 Dejando a un lado su posterior trayectoria como periodista, como actor de doblaje en películas taurinas, como corredor de maratón de espaldas -modalidad que ha inventado y en la que ha disputado ya ocho de las maratones más importantes del mundo-, Diego Bardón es conocido en nuestros pagos, sobre todo por haber sido apoderado de Luis Reina, por llevar corbatas imposibles, y por trasegar las fincas de ganado bravo con un carnero como copiloto de su Ford Fiesta.

Para muchos su catálogo de excentricidades es difícil de tolerar, pero lo cierto es que este extremeño singular, septuagenario y retirado en su Fuente del Maestre natal, donde vive de un pequeño patrimonio familiar y se dedica a correr sin descanso por las dehesas, aparece en la enciclopedia Cossío de los toros, y es considerado miembro integrante de una de las más importantes corrientes artísticas del siglo XX.

Toda una trayectoria épica que una obra de ficción difícilmente podría superar.

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