Por Antonio Gilgado
Nunca le darán una medalla. Tampoco el pleno estudiará en un futuro bautizar alguna calle con sus nombres, pero hay gestas que bien merecen una calle o una medalla. Y, en contra de lo que puede parecer, son más habituales de lo que pensamos. En la carretera de Cáceres, un repartidor se detuvo hace días a recoger a un ciclista parado en el andén por un pinchazo. Hicieron juntos veinte kilómetros en la furgoneta, pero nunca más se volverán a ver. El chico de la bici empezó su camino en Corea y a estas alturas ya habrá cruzado Portugal. Con el paso del tiempo, el rostro de quien le ayudó en aquella carretera española se difuminará, pero no su gesto.En un estanco de San Fernando tampoco se acuerdan ya de cómo era el cliente que hace meses persiguió al ladrón que les amenazó con una navaja. Entró a comprar tabaco y vio como un yonqui enjuto se engrandecía con una navaja en la mano delante del dependiente. Cuando salió, echó a correr tras él y lo alcanzó. En el estanco no saben su nombre, pero su valentía suele ser motivo de conversación cada poco tiempo. Jacinta y su hija tampoco sabe quien fue la persona que les pagó un billete a su Colombia natal. Las dos viven en Badajoz y querían pasar la navidad en su país, pero la quiebra de una aerolínea les dejó tiradas en la ciudad hasta que alguien leyó su historia en el periódico y se comprometió a sufragar el viaje. La semana pasada, dos agentes de la Policía Nacional auxiliaron a una mujer y su marido en Valdepasillas de madrugada. La mujer estaba de parto y no tenían coche ni dinero para un taxi. Querían llegar al hospital andando, aunque lo hizo en un coche patrulla.
Los policías, el repartidor de la carretera de Cáceres o el cliente valiente son gente anónima y ya se sabe que para tener una calle o ganar una medalla hay que tener nombres y apellidos.