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El Badajoz de HOY

Aún se cuela una luz

 


Por Ángela Pérez

Hace unos años, cuando nació mi sobrina, vino a conocerla un familiar cercano, que reside en un pueblecito de la provincia cacereña. Cuál fue su sorpresa cuando al aparcar a tan solo unos metros del Hospital Materno Infantil se encontró con que, a pesar de no tratarse de un parking, tuvo que abonar el importe de 1 euro, ya que no tenía una moneda de menor valor, a un hombre que merodeaba por la zona indicándole dónde debía aparcar. Fue una situación que le alteró. Le parecía completamente injusto, además de ilegal. Pero, como bien nos explicaba después, había accedido por miedo a que le ocurriese algo a su coche, al que le tiene gran aprecio.Este familiar nunca se había visto en una situación similar. Sin embargo, la mayoría de los pacenses lo asumen ya como un suceso habitual. Muchas son las quejas que escucho de aquellos a los que les toca apoquinar de su bolsillo por estacionar en zonas públicas. Algunos deciden negarse y optan por buscar otro hueco, aunque sea más lejos. E incluso hay quienes han cogido tanta práctica que logran escabullirse antes de que el ‘aparcacoches’ en cuestión llegue a cobrarles. Pero al parecer no todo es así.

Hace un par de días conocí a algunos de estos llamados ‘gorrillas’. Su aspecto suele ser desaliñado, algo que habitualmente no invita a charlar con ellos. Sin embargo, una vez se entabla conversación una descubre que quizás esconda mucho más bajo su apariencia. La primera duda que me surgía y que podía resolverme este hombre es cómo se llega a esto. En su caso, las drogas y, con ello, la imposibilidad de conseguir trabajo. Ante esto, me cuestionaba si con la situación que atraviesan la mayoría de las familias pacenses, teniendo en cuenta que el paro ya ronda la cifra de 20.000 personas, se podría sobrevivir a base de solidaridad. Pero mayor fue mi sorpresa que la de mi familiar cuando me aseguró que sí. Según me dijo, son los vecinos de las zonas donde ‘trabajan’ estos aparcacoches ilegales los que verdaderamente les ayudan a subsistir, y no únicamente abonando alguna monedilla tras estacionar. “Nos dan comida y ropa”, me explicó. Rodeados de tantas malas noticias, sobre todo en estos tiempos de crisis, parece increíble que todavía se puede escuchar hablar de algo positivo. Todo parece negro, como ese vaso que utilizó de ejemplo otro de estos gorrillas para definir su situación. “Es como un vaso oscuro, que hasta que no te metes dentro no sabes lo que hay”. Pero todos los vasos tienen un techo, sin tapa y despejado, por el que se cuela la luz y, al parecer, como me hizo ver este hombre, con la mano asomada de alguna persona, a veces incluso un desconocido, que está dispuesto a tirar de ti. Tiene razón este gorrilla, “todavía hay gente buena”.

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