Por Antonio Gilgado

Hay muchas formas de pedir. Está el que lo hace a regañadientes por su país, como Rajoy; el que lo hace para comprar un bocadillo, como el gorrilla de Ronda del Pilar; el que pide por si cae algo, como Chiringuito, que cuando se despierta después de pasar la noche en los soportales de la plaza Alta no esconde su deseo de tomarse un chupito en la Casona.

Todavía tienen su tirón los que apuestan por el modelo tradicional en la puerta de la parroquia de San Juan Bautista. Allí, cada domingo, varios pedigüeños esperan a los que salen de misa en una estampa que recuerda a sonrojante sociedad de la España de Galdós en su Misericordia.

Con la que está cayendo, ni master en finanzas, ni inglés científico, ni emigrar a Alemania, para salir adelante hay que hacer de la petitoria un arte. Antes íbamos a los bancos a por una hipoteca, ahora a que se queden con la casa, antes buscábamos un aumento de sueldo, ahora que no nos echen del trabajo. Como de la necesidad nace la virtud, los nuevos adelantados han hecho de lo de ‘por pedir que no quede’ su nueva forma de subsistir. En el Banco de Alimentos de Badajoz cuentan con un registro donde controlan escrupulosamente a todos los beneficiarios de las cestas de comidas porque se dieron cuenta que había quien recibía por tres o cuatro vías distintas  (Cruz Roja, asociación de vecinos, Cáritas, etc) mientras a otros no les quedaba nada. Y es que ese es problema, que ya somos muchos a pedir.