EVARISTO F.  DE VEGA | Hace unos días estuve en el Materno y al buscar aparcamiento me topé con la guardería. Costó casi 700.000 euros y sus usuarios iban a ser los hijos del personal sanitario. El edificio parece acabado, pero no funciona. En la misma situación se encuentra el centro de salud del Cerro Gordo. Mientras se edificó, los vecinos presumieron de ambulatorio. Pero lleva tiempo terminado y ahora dicen que abrirá con un solo médico.

En la otra punta de la ciudad, junto a la Torre de Caja Badajoz, está la biblioteca del Estado. Su construcción se retrasó durante años y ahora que está terminada hay problemas para abrirla. Tampoco se sabe muy bien cuándo será ocupado el antiguo mercado de Santa Ana. La obra ha llegado a su fin, pero no ha entrado en uso. Lo mismo que ocurre con el albergue juvenil de San Roque.

Las tres primeras obras fueron proyectadas cuando la crisis aún no existía. Y si la había, nos la ocultaban. Las otras dos son fruto de un plan de impulso económico que casi obligaba a gastar dinero en cosas que no eran impresdindibles.  Con el sistema bancario en crisis, el Estado aceptando rescates, la autonomía en recorte libre y el Ayuntamiento aguantando el chaparrón, no es descabellado pensar que alguno de estos proyectos terminará quedándose en el camino.

Y dentro de unos años, cuando hagamos balance de esta época, tal vez lleguemos a la conclusión de que nuestra sociedad del bienestar y la opulencia era ficticia, que nuestra riqueza se basaba en el espejismo de creer que el crédito era infinito, que el dinero que pedíamos prestado jamás habría que devolverlo.

Mientras todo fue bien, nadamos en la abundancia, pero esos edificios cerrados son síntoma del agotamiento de un sistema basado en los excesos.