Por Evaristo Fernánzdez de Vega
Acabo de colgar el teléfono. Me ha llamado una de esas personas en las que sabes que puedes confiar. Siempre ha sido sincero conmigo y acaba de plantearme un problema que me tiene acongojado.
La cuestión es que su hijo acaba de suspender las pruebas de acceso a los ciclos de Formación Profesional. Llevaba meses preparándolas y confiaba en retomar los estudios el próximo mes de septiembre.
Su intención era aprobar un par de asignaturas en junio y otra en septiembre. Pero no va a ser posible, porque el pasado 9 de abril la Consejería de Educación anunció que habría un examen único el día 30 de mayo. En años anteriores, hubo dos convocatorias, pero la orden publicada eliminó la segunda sin dar explicaciones.
Para su hijo, ya fue un mazazo saber que desaparecía la repesca. Con el hábito de estudio perdido, le resultaba imposible preparar todas las materias, y se centró en las más fuertes. Logró aprobarlas, pero la tercera se le atragantó.
Ahora que ha suspendido, mi amigo se plantea si hay alguna solución. En otras comunidades autónomas se mantiene el examen de septiembre, pero no en Extremadura.
Según me cuenta, la razón está en los recortes. Si no hay prueba de septiembre, tampoco hay que contratar profesores para ese día, y se ahorran unas cuantas nónimas.
Pero mi amigo no se resigna. Piensa que su hijo se merece una segunda oportunidad. Su salida del sistema educativo fue obligada, por un revés de la vida. Por eso, en lo más hondo de su alma, cree que la supresión del examen de septiembre, sin previo aviso, es injusta. Piensa que ese cambio «a traición» recorta las ilusiones de alguien que veía en la Formación Profesional la salida a un largo y oscuro túnel. «Todavía hay tiempo para que pongan esa segunda convocatoria. Mi hijo no es un caso excepcional, como él hay otros muchos chavales», me dice. Y tal vez tenga razón. Aún hay tiempo para cambiar las cosas que no nos gustan.