Por Rocío Romero

Hace dos días en los que apenas se habla de la prima de riesgo, pocos comentan el porcentaje al que se vende la deuda española y la palabra intervención lleva casi 24 horas fuera del vocabulario. Toda la concentración está con los jugadores de fútbol, los que no saben de crisis. Hay mucha otra gente que tampoco sabe lo que significa. Y aquí, en Badajoz, también existen. No porque tengan acumulados millones de euros en el banco, sino porque nunca han tenido mucho más que lo necesario para comerse un bocata. Y muchas veces ni tan siquiera para eso.

El periódico de hoy cuenta la historia de Nicanor. Su tragedia no es que tenga que recortar el presupuesto para las rebajas o que reduzca las vacaciones de un mes a quince días en cualquier playa de Huelva. Su drama es que el domingo le quemaron la chabola en la que pasaba las noches. Una tras otra conciliaba el sueño bajo el puente de la Universidad hasta que hace dos días  salió ardiendo, sin saber cómo. Solo ha podido salvar el colchón y ya ha pasado una noche con el único techo del puente. Las llamas engulleron, entre otras pertenencias, sus medicinas. Si tenía poco, a Nicanor hoy no le queda nada.

En esta larga y angustiosa depresión económica se habla de oportunidades. De buscar la rendija por la que ofrecer algo que nadie más tenga, encontrar un puesto de trabajo y recuperar el ritmo. Otros, sin embargo, siempre están en crisis.