Por Antonio Gilgado
Lo de Vera Regina es algo más que un ejercicio de generosidad. En realidad, el gesto desvela también una filosofía de vida. Entregó la pulsera que se encontró en la calle a objetos perdidos porque se acordó de sus padres. Siempre le dijeron que no debía quedarse con lo que no era suyo y así lo cumplió en Badajoz. Para los demás, fue un gesto de honradez, para ella, una forma de honrar a sus padres.
Cuando se la devolvieron y la donó a Cruz Roja, lo hizo porque quiere irse de la ciudad igual que llegó: sin nada. En su largo peregrinar por el mundo (trabajó muchos años como azafata), Badajoz fue una solo una parada provisional. Llevarse una joya de 6.000 euros era demasiado para una relación tan efímera.
Algunos pueden pensar que se trata de una mujer adinerada acostumbrada a colgarse joyas caras, pero no.
Vera Regina es una jubilada con una pensión escueta. Se quedó en paro a una edad complicada y le faltan algunos años de cotización.
Pero la historia de la pulsera deja también un poso de tranquilidad en estos tiempos de tanta incertidumbre. Reconfortar pensar que la sociedad no es un mal sitio donde vivir.
Hay buena gente, el sistema funciona porque guardan lo que se pierde y nadie se queda con lo que no es suyo. Lástima que sólo sea una excepción.