Por Natalia Reigadas
Este fin de semana ha comenzado la Feria de la Tapa y me atrevo a decir que con éxito. El sábado llovía pero los bares del Casco Antiguo estaban a tope e incluso el domingo había mucho tapeo.
El concurso cumple 10 años y un conocido me llamaba ayer la atención sobre lo que ha cambiado. En su opinión las tapas deberían tener nombres normales como ‘carrillada ibérica’, ‘gambas ajillo’ o ‘solomillo con queso’. Lo cierto es que actualmente las recetas se esconden bajo epígrafes como ‘1905‘, ‘Menú‘ o uno de los más originales esta edición, ‘Pitufo mexicano con gulas‘. La idea es plantear nombres distintos y a mi me parece gracioso aunque a veces es arriesgado apostar por comer una tapa sin tener ni idea de que contiene.
Los nombres, sin embargo, no son lo único que ha cambiado radicalmente en esta década de Feria de la Tapa. La mayor transformación son las recetas. Este certamen surgió con el objetivo de innovar, pero la verdad es que los primeros años se ofrecía arroz con un ingrediente raro, jamón con algún queso exótico o simplemente carne de la buena. Ahora la comida es realmente novedosa.
Como ejemplo hay dos bares distintos este año que en la misma tapa ofrecen un primer plato, un segundo y postre. No es broma. El primero pincha una pipeta llena de caldo en un bizcocho de morcilla patatera y lo adorna con gelatina. Por lo tanto los platos son: caldo, morcilla y de postre gelatina. Con esta misma estructura hay otra tapa que ofrece, dentro de un cucurucho, mousse de jamón, crema de bacalao y chocolate. Alucinante.
No son los únicos. Entre los 22 bares participantes la mayoría han apostado por cocina de diseño y digamos con cariño ‘cosas raras’. Hay una salsa de color azul, jamón crujiente, curri en el cerdo y comida siempre sorprendente. En conclusión, lo de las tapas ha cambiado muchísimo y nunca volverá a ser lo de antes. Muchos no están de acuerdo, pero personalmente me gusta. Es como un parque de atracciones pero de tapas.