Dejaron las mochilas en el suelo y el perro las olfateó sin levantar el hocico. A los pocos metros, los chicos miraban con atención la pericia del rastreador y más de uno empezó a sudar por si encontraba entre el libro de Física y la libreta de Matemática algo de costo o marihuana. Los cuatro minutos se hicieron eternos hasta que finalmente la agente de la Policía Local les permitió recuperar sus pertenencias.

Las barandas no andaban muy lejos. Bastaba con rastrear por las chatarrerías de la ciudad para encontrar alguna pista. Y eso fue lo que hizo la Guardia Civil. Los montones de barras de acero inoxidable que se encontraron en la carretera de Olivenza guardaban un sospechoso parecido con las que faltaban de los puentes del Rivillas y el Calamón. Solo había que rastrear el libro de visita de las chatarrerías para llegar hasta el sospechoso. El detenido, supuestamente habría desmantelado varias pasarelas del Cerro de Reyes por poco más de doscientos euros. Un botín escaso para tanto destrozo.

El último expolio ilustra el creciente interés que se ha despertado en la ciudad por los minerales. Primero fue el cobre en sus distintas versiones -farolas de la calle, focos del paseo del azud o tendido eléctrico- hasta casi el exterminio, luego llegó la fiebre del plomo -se llevaron las tuberías a trozos- y por último, como ya no se instala tendido eléctrico ni tuberías, los rateros se han rebajado hasta el acero inoxidable de las barandillas. La opción más práctica pasa por encargar el mobiliario urbano de PVC para evitar las tentaciones. En estos tiempos, todos los metales cotizan al alza. Basta con mirar las esquinas de la ciudad, en cada uno se ha instalado una tienda de compraventa de oro. Pero lo del oro se juega en otra liga, en la Champions League de los rateros. No hay que buscarlo en las chatarrerías sino en las cajas fuertes de los empresarios acorralados por la justicia.