El otro día entré en un bar del centro. Y nada más aterrizar en la barra se me acercó el camarero. Acababa de dejar un corro en el que se hablaba de la prohibición de fumar: –«Pues en el bar de al lado sí dejan», se quejaba un cliente.
La curiosidad me picó y no me resistí a preguntar: –«Si quieres, ahora mismo te doy el nombre de tres bares donde permiten fumar. Y están aquí al lado», me confirmó el hostelero.
Tengo la sensación de que la Ley Antitabaco pierde fuelle. Quien no deja fumar dentro del local, construye una carpa cerrada en la calle donde hay manga ancha.
Dentro de poco será raro el bar donde no se fume. Y los pocos empresarios que cumplan la ley serán el hazmerreír del resto, que se enorgullecerá de burlar una norma que le estaba arrebatando clientes.
Para mí, que no fumo, entrar en un establecimiento sin humos es una bendición. Pero entiendo a los dueños de los negocios: si dejan fumar, crece la clientela. Y eso es cuestión de estado en los tiempos de crisis que corren.
Es normal que el empresario busque lo mejor para su negocio, pero sería aconsejable que quienes dictan normas y las hacen cumplir decidieran de una vez a qué carro se suben:_si no están de acuerdo con la ley Antitabaco, que la modifiquen;_y si creen que es adecuada, tendrán que conseguir que se respete.
Hacer la vista gorda en un asunto tan sensible puede transmitir la sensación de que las leyes están para no cumplirlas. Y eso, tanto en el tabaco como en el resto de las cosas, es injusto para los cumplidores.