Por Antonio Gilgado
Hay grietas a las que sólo se les presta atención cuando llega un temporal. Las fachadas se resquebrajan de forma silenciosa y si el viento se acelera los vecinos se alarman porque escuchan un silbido amenazante en la pared de al lado. Aunque a toda tempestad le sigue la calma. A los pocos días, el zumbido se apaga, llega la paz, se levantan las alarmas y se van los miedos, aunque las grietas siguen.
Los pocos vecinos o peatones de Moreno Zancudo y de otras calles del Casco Antiguo castigada por el abandono ya han aprendido a vivir con este miedo. Los derrumbes, las grietas y los miedos ilustran casi a la perfección del despoblamiento. Mientras en la periferia se levantaron grandes promociones a golpe de hipotecas, en el Casco Antiguo se cerraban edificios a los que les empezaron a salir grietas.
A nadie le parecía preocupar el progresivo abandono. Nacía Valdepasillas, se alargaba la Ronda Norte, se proyectaba Cerro Gordo, los derroteros de la ciudad discurrían por los edificios de varias plantas, las grandes avenidas, los aparcamientos subterráneos… Pero la fiebre del extrarradio pasó y de nuevo el Casco Antiguo ganó encanto. A la Plaza Alta ya no subían solos los yonquis, también los estudiantes, los amantes del flamenco y los nuevos pobladores de las Casas Coloradas. Se popularizó y se empezaron a restaurar edificios, se taparon muchas grietas. Hasta que estalló la crisis y lo paralizó todo. Muchos planes de mudarse cerca de la plaza de la Soledad o de San Andrés se quedaron en papel mojado. Los edificios se quedaron con sus fisuras y ahora nos acordamos de ellas cuando se acerca un temporal.