Por Antonio Gilgado
No se necesita mucha destreza para cocinar un plato de migas, pero hacerlo para dos mil ya no está alcance de cualquiera. El chef Javier García cumplió el pasado sábado todas las expectativas. Esperaba a poco más de 800 y por San Francisco pasaron casi dos mil.
Políticos con y sin cargo a los que les faltó tiempo para hacerse una foto y colgarla en Internet, futbolistas blanquinegros de moda, clientes de la terraza del quiosco que se toparon con una tapa barata, amigos de los voluntarios, vecinos del Casco Antiguo y hasta los ‘masa críticos’ con sus bicis se llevaron su ración acompañada con una o dos lonchas de jamón que cortaba a brazo partido Pepe Alba.
Pero las migas sólo eran la excusa para que muchos decidieran aportar dos euros al Banco de Alimentos. Más allá de la recaudación, que rozó los seis mil, lo llamativo es que una iniciativa de este calibre, con lo que supone organizar vianda para tantos, no partió de una oenegé o una organización, fue un grupo de amigos que se reunían con Javier en su restaurante quienes dieron el paso adelante. Se gastaron el dinero en un curso de cocina y aprovecharon lo aprendido para sacar algo para los demás.
Puestos a buscar una lectura positiva de la crisis (que por supuesto no la tiene) lo de las migas puede valer de ejemplo. En la ciudad se ha despertado una sensibilidad por lo ajeno que parecía escondida. Hasta hace pocos años, solo Cruz Rojas, Cáritas y otro puñado de colectivos trabajaban por los demás, ahora cualquiera ayuda a cualquiera. Los apuros ya no los pasa sólo el albañil o el inmigrante, ahora el banquero, el empresario o el funcionario anda con la soga al cuello. Cualquiera necesita un plato de migas y cualquiera las puede cocinar.