Por Evaristo Fernández de Vega
Estos días he tenido el lujo de entrevistar a Joseli Ardila, un talaverano que lleva más de 20 años trabajando en una misión peruana. Amable en el trato y convencido en sus convicciones, este sacerdote me contó que en ocasiones se encuentra con personas que se resisten a ayudar a los que viven lejos.
En un momento de la conversación incluso me confesó que le han llegado a decir que pronto, en lugar de mandar contenedores de ayuda a Perú, tendrán que ser los peruanos quienes apoyen a los españoles.
La crisis económica, traducida en paro, ha hecho tambalearse los esquemas de siempre. Yo mismo me he encontrado con personas, a veces con altas responsabilidades políticas, que rechazan ayudar a los de fuera porque en nuestro entorno más cercano todavía hay necesidades.
Cuando le planteé esta cuestión, Joseli me dio una lección de sensatez. Y lejos de situarse en un extremo, trató acercar las posturas. «Yo veo que necesidades hay en todos sitios. Por eso cuando se solicita ayuda para llenar un contenedor, yo no pido que nos den lo que hace falta, sino lo que sobra. Porque eso que sobra en España, es lo que en Perú nos hace falta».
Sus palabras me recordaron un vídeo que vi hace unos días. Contaba la experiencia de un grupo de voluntarios canarios que desmontó el mobiliario de un colegio en desuso para enviarlo a una escuela de Zimbabue que no tenía sillas ni mesas.
Quizá fuese eso de lo que hablaba Joseli. De la cantidad de cosas que tiramos a la basura sin sacarle el partido que tienen. Tal vez aprovechándolas, habría suficiente para todos.