Badajoz es una ciudad muy singular. Está claro que a la capital pacense no le cuesta innovar en distintos ámbitos sociales. Trata de importar ideas de cualquier parte del mundo, recordemos que ya se propuso en su día instalar un teleférico. La capital pacense también es pionera en organizar fiestas originales: ahí está, por ejemplo, la Fiesta de los Palomos.

También ha sido madre de propuestas nuevas y cuanto menos particulares, ya sea por su cometido o acogida: fíjense en esos carriles-bici habilitados en la acera de numerosas calles de Badajoz lleno de farolas y papeleras o en esa señal negra, blanca y amarilla colocada en el parque de Castelar y que advierte de la presencia de pavos reales.

La última sorpresa ha sido la llegada de la ‘turboglorieta’, cuyo diseño original se inventó en Holanda. Este sistema de regulación del tráfico en la intersección entre la avenida de Elvas y el Puente Real ha hecho reír a unos y ha mosqueado a otros. “Pero si los pacenses no saben conducir por una rotonda tradicional, ¿cómo lo van a hacer por una ‘turboglorieta’?”, manifestaban hace unas jornadas algunos conductores.

Los ciudadanos se adaptarán bien a este nuevo elemento vial y los que no lo consigan conducirán como lo hacen por el resto de la ciudad: como les viene en gana. Es que si de algo puede presumir Badajoz es de ser una ciudad muy peculiar.