Rafa Benítez conquistó la copa de Europa como entrenador con el Liverpool:: HOY

EVARISTO F. DE VEGA | Yo no termino de verme el parecido, pero hubo una época en la que algunos amigos decían que Rafa Benítez y yo compartíamos ciertos rasgos físicos. Tanto es así, que cuando Rafa Benítez triunfaba en la Liga Inglesa, un día se me acercaron dos niños para pedirme un autógrafo. Pensé que se lo decían a todos los que paseaban por la avenida de Elvas, y no le di importancia. Pero media hora después, en la plaza de la Molineta, un pequeñajo de seis o siete años se me abrazó eufórico y comenzó a gritar: «¡Somos campeones, somos campeones!». Tan desconcertado me quedé, que no supe qué responderle, pero esa experiencia me hizo pensar en lo difícil que debe ser pasar desapercibido cuando uno es popular.

Traigo esta anécdota aquí porque la ciudad de Badajoz ha recibido por dos veces la visita de la infanta Elena. El pasado domingo  estuvo en el mercadillo y todos pudimos ver en HOY el puesto donde hizo la compra.

Ese día no trabajé, pero sí me tocó contar su visita anterior. Entonces se saltó el protocolo y visitó la librería Mahúgo y el Mercadona de la plaza de las Américas. Hizo una pequeña compra y su fotografía haciendo cola circuló por Internet. Tal fue el interés despertado, que se llegó a discutir si se llevó un tarro de pepinillos o un bote de sacarina.

Para una infanta, el simple acto de hacer la compra se somete al escrutinio público: si coge sacarina, todos piensan que es diabética o que le gusta cuidar su tipo; y si se lleva un bote de pepinillos, es porque le van los sabores fuertes.

Hay quien mataría por ser infanta, ministro, estrella futbolística o cantante de éxito. El dinero, la fama y el poder tienen un poderoso atractivo, pero también sus esclavitudes. Basta meterse en la piel de Rafa Benítez por un rato para descubrir que el anonimato también tiene grandes ventajas.