Por Antonio Gilgado
Una pulsera de cadena de bici, carteles de películas clásicas, libros descatalogados, latas de bebidas desaparecidas… en el rastro de antigüedades del Casco Antiguo cabe de todo y en los últimos meses se ha quedado pequeño. Incluso se ha organizado una lista de espera para cuando quede un hueco libre.
El rastro sirve para sacar unos euros por la colección de mecheros que dormitaba en el cajón, para presumir de los juguetes de hace más de treinta años o para que muchos admiren la colección de discos de los setenta.
Todo tiene un precio en un ambiente retro decorado con objetos de otro tiempo. En la época de los mp3 y de los móviles táctiles salen a la calle los vinilos y los teléfonos de ruleta.
Todavía quedan románticos con dinero y cada vez hay más necesitados con ingenio a quienes no les importa desvalijar el baúl de la abuela. Los recuerdos se venden a precio de saldo.