ANTONIO GILGADO | Hay quien echa la llave a su casa y la tira al Guadiana.  Con todo cerrado, primero llegan los insectos, después los ratones y por último los saboteadores en busca de puertas y ventanas para canjearlo por algunas monedas en las chatarrerías.
El paso del tiempo llena de basura las habitaciones y lo que fue una vivienda se reconvierte en un basurero con muros. Basta dar un paseo por Concepción Arenal o Encarnación para que el olor a humedad se mezcle con el de madera podrida. No pasa un alma, pero huele como si allí viviera un ejército recién llegado de la batalla.
El territorio comanche se resiste en el Casco Antiguo. En la Alcazaba llevan las máquinas tres años lavándole la cara, en el Campillo pronto habrá un aparcamiento, pero los vertederos tapiados aguantan en el barrio.
Para restaurar un monumento o una plaza se necesita dinero, pero para la casa vieja, el chalet o el piso, se requiere además voluntad, y la voluntad sólo llega si la porquería se tiene cerca.