Por Natalia Reigadas
Cuando me mudé a Badajoz una de las cosas que más me impresionó y con diferencia, fueron las tapas. Recuerdo que me pedí una caña en un bar del centro y me pusieron un platillo de paella que estaba riquísima. Fui a pagar y el camarero me dijo que eran 80 céntimos. Me quedé helada. También aluciné en una terraza con un grupo de amigos donde te servían, no recuerdo si era por un litro o dos de cerveza, una tortilla de patatas. No una porción, la tortilla entera.
Quizá esos sean los ejemplos más exagerados, pero la realidad es que en Badajoz parecía obligatorio que te pusiesen una tapa al pedir una consumición. Para mí supuso un gran contraste, ya que en el norte no se hace. Mis amigos, cuando han ido a conocer mi pueblo (Laredo, en Cantabria) , se han quedado sorprendidos porque ya pueden pedir media docena de tubos en una terraza que, como mucho, les podrán unos cacahuetes o unas patatas. Es así. Allí se lleva mucho la cultura del pincho, pero claro, el pincho se paga.
Pues bien. Los cacahuetes y las patatas están conquistando Badajoz. Poco a poco voy detectando más bares que te ponen estos sucedáneos en lugar de las tradicionales tapas. Va unido a una moda que parece haber desatado la crisis: la guerra de los tercios y la caída del tubo y la caña.
La llegada de la moneda europea provocó que las cañas y los tubos pasasen de menos de un euro y un euro a mucho más. Parece que ahora los hosteleros han optado por el tercio para proponer precios económicos. En todos los barrios hay bares donde ofertan los tercios de una u otra marca por un euro o incluso cubos con cinco o seis cervezas por tres o cuatro. Eso sí, van sin tapa. Como mucho con unas tristes patatas.
Desde aquí quiero reivindicar la tapa o incluso las tapas porque había bares donde te ponían más de una por un par de cañas. La cosa está mal. Todos lo sabemos, pero propongo una estrategia comercial que sea atraer clientes con las tapas gratis. Yo prefiero ganar en tapa que perder en tamaño de cerveza. En fin, más tapa y menos patata.