Los ciclistas habituales de Badajoz saben que en determinados tramos de Valdepasillas hay que invadir la acera y molestar a los peatones para no acabar besando el suelo, que en la rotonda del Hotel Río no basta con dos ojos, que en la zona de la ‘autopista’ los cruces se convierten en una emboscada, que en la ronda del Pilar los conductores tienen prohibido mirar por el retrovisor, que el carril bici de la carretera de la Corte en realidad es un aparcamiento para que los padres recojan a sus hijos cuando salen del colegio, que por la circunvalación hay que esprintar a lo Cavendish o que en la subida por Jaime Montero de Espinosa hacia la carretera de Valverde siempre circulará en paralelo algún falso piadoso al volante que mira como si viera al farolillo rojo del Tour.
Por eso, el domingo, cuando algunos conductores pitaron con enfado el paso de la caravana del Día de la Bicicleta ante el atasco que soportaban, los ciclistas respondieron con enfado. No se mordieron la lengua. Se desquitaron.
Por un día, experimentaron la preferencia que se les niega habitualmente.