Por Evaristo Fernández de Vega
Hace unos días, mientras me afeitaba, el techo del baño se vino abajo. Un milagro hizo que las placas de yeso cayeran en la zona de la bañera, pero me llevé un susto de muerte.
Ayer, cuando vinieron a repararlo, los albañiles me explicaron que era una tragedia anunciada. Cuando colocaron el techo, ‘olvidaron’ anclar las piezas metálicas que soportan el peso. Y para colmo, tampoco las ensamblaron entre sí.
Viendo la chapuza y las consecuencias que ha podido tener, se me vino a la cabeza la responsabilidad que todos tenemos al desempeñar nuestros trabajos. De cada acto que realicemos dependen muchas personas.
Un arquitecto que elija una especie de árboles equivocada puede provocar de forma indirecta el levantamiento de las aceras de toda una avenida; un técnico que autorice la colocación de tuberías estrechas en una urbanización con perspectivas de crecimiento, será responsable de los futuros fallos en la red; un ayuntamiento que permita edificar en una zona sin buenos accesos, será el primer culpable de los atascos que se produzca; y un concejal que coloque un cerramiento de madera en una zona infantil próxima a una calzada, contribuirá decisivamente a evitar atropellos.
La profesionalidad, como otras muchas cosas, solo se hace visible con el paso de los años. En el corto plazo, todos podemos fingir que sabemos lo que llevamos entre manos. Pero es el tiempo, y las placas de yeso del baño, lo que pone a cada uno en su sitio. El problema es que muchas veces las consecuencias son letales. Yo me libré por poco, pero hay quien no tiene esa suerte.