Por Evaristo F. de Vega
En los tiempos que corren, incluso la solidaridad se ha convertido en un lujo. A la par que desaparecen consultorios médicos, rutas escolares y profesores interinos, las ONGs extremeñas que trabajan en el Tercer Mundo han tenido que frenar sus proyectos.
La Coordinadora de ONGs para el Desarrollo ha denunciado esta semana el retraso que acumulan las ayudas de la Junta para la cooperación. Sobre el papel, casi no han sufrido recortes, pero el Gobierno extremeño sigue sin resolver su convocatoria de 2012.
La concesión de subvenciones acumula medio año de retraso y muchas de las iniciativas solidarias han quedado en suspenso. Dispensarios médicos, microempresas para mujeres, programas de capacitación agrícola, construcción de infraestructuras en regiones remotas y pobres… Todo está pendiente de un dinero que no se sabe si llegará.
Curiosamente, el ayuntamiento extremeño que más tiempo tardó en subirse al carro de la cooperación, el de Badajoz, es ahora de los pocos que cumplen.
En tiempos de crisis, cualquier recorte parece justificado. Incluso en solidaridad. Pero no me ha dejado indiferente la reflexión de Rafael Barragán, el incansable portavoz de la plataforma 0,7.
Decía el lunes que los proyectos de cooperación financiados por las comunidades autónomas y los ayuntamientos cuestan a cada español 5 euros al año, una ridiculez si se compara con los 368 euros que gasta cada ciudadano, vía impuestos, en gastos militares. «Empleamos más dinero en matar y en dominar a otros pueblos que en erradicar el hambre en el mundo. Tenemos que levantar la voz y decir que, aunque la cooperación no sea rentable en las urnas, es un deber ético».