Por Evaristo Fernández de Vega

Desde hace tres días me persiguen los atascos. Desde bien temprano hasta el mediodía, entrar y salir de mi barrio es misión imposible. El asfaltado de Jaime Montero de Espinosa tiene de los nervios a media ciudad.
Ayer al mediodía, de vuelta a casa, un vecino me sugirió que debería contar en algún sitio lo bien que se asfaltan las calles cuando la gente está dormida. Salvo el ruido que provocan las máquinas, todo son ventajas. Y cuando te despiertas, todo amanece ordenado.
Imagino que asfaltar de madrugada debe ser más caro. Los obreros cobran un plus y la obra se encarece. Aunque no debe ser para tanto. Al fin y al cabo, la mano de obra no es lo que más cuesta en una actuación de este tipo.
Pero no es la única alternativa. También se puede elegir una época del año en la que haya menos tráfico. Y precisamente en Navidad llegan a Badajoz clientes de toda Extremadura y media Portugal.
A esa gente que deja el dinero aquí no le gusta meterse en atascos ni pisar hormigón, justo lo que se les ofrece en Jaime Montero de Espinosa y la céntrica calle Menacho, por no hablar de la ratonera en la que se han convertido los accesos a El Faro.
Para mí, hay dos tipos de problemas. Los tienen solución y los que no la tienen. De estos últimos no hay que preocuparse, porque no hay arreglo. Pero los primeros sí tienen remedio y hay que tratar de ponérselo.
En Navidad se puede construir un parque infantil o arreglar una zona verde; se puede cambiar el aspecto de una fuente, y hasta se puede amueblar un edificio. Pero no tiene ninguna lógica hacer una campaña de asfalto en las arterias principales. Para eso está el resto del año.