Por Evaristo Fernández de Vega
Casi desde que llegué a HOY, los sucesos me han acompañado. En ocasiones los he contado desde la frialdad de la nota de prensa, pero siempre que ha estado en mi mano he tratado de enriquecerlos poniéndoles cara.
No es lo mismo contar que han golpeado a un vigilante de seguridad que mostrar en el periódico su cara llena de moratones. Como tampoco es lo mismo relatar que han robado en dos viviendas de Las Vaguadas que decir quiénes son los afectados.
Cuando el presidente de la Junta de Extremadura y el primer teniente de alcalde de Badajoz son el objetivo del asalto, la información salta a la primera plana de los periódicos. Tanto interés se genera, que resolver esos delitos casi es cuestión de estado en la Jefatura Superior de Policía.
Pero José Antonio Monago dijo ayer algo que me ha llamado la atención: «El presidente de la Comunidad Autónoma es un ciudadano más y, lamentablemente, a veces sufre este tipo de incidentes».
Ese delito, como el que afectó a Francisco Javier Fragoso, son dos hechos con efectos terribles. A quien ve violentado su hogar le quitan una pequeña parte de su patrimonio pero, sobre todo, le arrebatan la tranquilidad y el sosiego de sentir que vive en un lugar seguro.
Hace días me contaron que un señor ha puesto en venta su chalé después de sufrir varios robos. Y tengo otro amigo que se niega a dejar sola en el cortijo a su esposa cuando sale a trabajar.
Imagino que sus sentimientos deben ser parecidos a los de Monago y Fragoso. Sus robos, como los de otros muchos pacenses, figurarán el próximo año en las estadísticas sobre delincuencia. Tal vez los datos reflejen que nuestra región es una de las más seguras de España, pero eso no evitará que ellos, como tantos otros ciudadanos anónimos, teman convertirse de nuevo en blanco de los delincuentes.