Por Evaristo Fernández de Vega
El miércoles, camino de los juzgados, me topé con una cuadrilla de limpieza. Estaba en el paseo de Colón y se afanaba en limpiar el suelo con un chorro a presión. «¿Qué estáis haciendo», les pregunté. «Han plantando un árbol y estamos quitando los restos de tierra que había en el suelo», me respondió amablemente uno de los trabajadores.
Media hora después, el suelo estaba flamante. Y me gustó comprobarlo, porque no hace mucho tiempo Badajoz era una ciudad tan sucia y mugrienta que las manchas cumplían años sin que nadie se preocupase de ellas.
La privatización del servicio de limpieza despertó suspicacias, pero en pocas de semanas se notó el cambio. No faltaban los agoreros que predecían una recaída inminente, pero el tiempo ha pasado y el servicio funciona. Tanto, que un amigo de Sevilla que ha visitado la ciudad se admiró de lo limpia estaba.
Lo que tenemos ahora es limpieza ficción: máquinas barredoras a todas horas, chorros a presión para borrar pintadas, contenedores de basura relucientes, operarios con espátula que quitan los anuncios de las farolas… y un Ayuntamiento que saca pecho, en este caso con razones fundadas. Ahora solo hay que pedir que el nivel se mantenga.