Ayer me contó una amiga que algunos locales de la Plaza Alta se plantean cerrar sus negocios el día de los Palomos. No es que huyan del negocio, pero temen que los aseos de sus establecimientos vuelvan a sufrir los destrozos de ediciones anteriores.
El problema es muy similar al que se detectó en Carnaval. Entonces, hubo bares de la zona centro que decidieron bajar sus persianas para evitar convertirse en el evacuatorio de quienes hacen botellón en la calle.
Lo más sencillo en estos casos es criticar al empresario. Sus negocios son imprescindibles para el éxito de cualquier fiesta. Pero el temor a que le destrocen los servicios parece justificar la medida.
La única solución que se me ocurre es que el Ayuntamiento supla esa carencia y en estas fiestas tan señaladas coloque retretes portátiles allá donde se necesiten.
Si se esperan 10.000 personas, tal vez hagan falta 100, o 50, o 25. Técnicos habrá que sepan calcular el número. Pero no hay que olvidar una cosa: un apretón no tiene espera. Y si queremos que las fiestas triunfen, hay que invertir en ellas.