Por Evaristo F. de Vega
Uno de mis libros de cabecera es la ciudad de los Prodigios. Habla de un joven de procedencia humilde que logra medrar en la sociedad barcelonesa hasta convertirse en uno de los hombres más ricos e influyentes de España. Su éxito es innegable, el problema es que lo consigue a fuerza de pisar cabezas.
En uno de los capítulos, el protagonista de esta novela logra aumentar de forma espectacular el valor de sus propiedades haciendo creer a los incautos compradores que justo al lado se construirá una nueva estación de metro. Y lo consigue de la forma más burda que se puede imaginar: manda a una cuadrilla de operarios a descargar unos raíles que, una vez hecha la venta, desaparecen sin dejar rastro.
Esa escena imaginada por el genial Eduardo Mendoza se me vino el otro día a la cabeza cuando escuché que la nueva Ciudad de la Justicia de Badajoz ya no irá a la Ronda Norte. Doy por sentado que en este caso no ha existido ese ánimo de engaño, sino una brutal crisis económica que echa abajo el proyecto, pero a nadie se le oculta que una decisión así devalúa, de la noche a la mañana, el valor de los edificios ubicados en las inmediaciones del solar donde se iban a construir los juzgados.
Cuando se decidió el traslado judicial a la zona de expansión de San Roque, muchos abogados decidieron adquirir una vivienda en los alrededores con la intención de ubicar allí sus futuros despachos. De una manera u otra, el mercado inmobiliario se movió, para regocijo de los promotores.
Ahora, el efecto es el contrario: si finalmente no hay juzgados, esos pisos y locales pierden parte de su valor, y será difícil que un abogado o un funcionario judicial invierta en la Ronda Norte pensando en el día de mañana.
Los juzgados, la plataforma logística, los nuevos edificios administrativos… el anuncio de cada obra conlleva una revalorización de la zona, y cada marcha atrás, una devaluación con serias consecuencias.