Por Natalia Reigadas
En el HOY hemos publicado un reportaje sobre el Banco de Alimentos. Resulta que sus almacenes de El Nevero están prácticamente vacíos porque las donaciones han caído en picado por la crisis. Por contra, la misma crisis ha hecho que muchas más personas necesiten la ayuda de esta asociación.
El Banco de Badajoz reparte cada mes 30.000 kilos de alimentos pero necesitaría mas del triple para que el reparto fuese sustancioso, por ejemplo, ahora no tienen leche ni café y se les están acabando las galletas y el puré. Estando allí, y escuchando las cifras, el drama no parece real, pero me acordé de otro reportaje hace unos meses en una parroquia.
Allí conocí a una familia de Antonio Domínguez que acudía cada mes a recoger bolsas de comida. El marido, que llevaba un año y medio en paro porque no le cogían en ninguna obra, bromeaba con que no les costaba llegar a fin de mes, sino que le costaba llegar a día 15. Estaba preocupado, sin embargo, porque se acercaban las Navidades y en Reyes iba a ser muy difícil que sus tres hijos no se diesen cuenta de que las cosas iban mal. Así lo dijo, “que no se preocupen mucho, que ellos no tienen la culpa de nada”.
Su testimonio se me quedó grabado, pero aún más el de su mujer. Decía que le avergonzaba tener que contar con el Banco de Alimentos, pero que no les quedaba otra. Eso si, metía en bolsas de un centro comercial los alimentos para que nadie viese de donde procedían. “La gente es mala. Cree que hay que ser indigente para necesitar ayuda”.
Tenía mucha razón. No sabemos de verdad lo que pasa a nuestro alrededor. Al estar en el almacén del Banco de Alimentos no se puede ver a dónde llega esa comida, pero la realidad es que llega a gente muy parecida a nosotros y nadie puede decir, tal y como estamos, si algún mes no llegaremos a día 15.