EVARISTO FERNÁNDEZ DE VEGA | Seguramente lo recordará. A comienzos de mes fue atropellado un niño de 8 años junto al colegio Nuestra Señora de la Soledad, cerca de la parroquia de San Roque. El pequeño irrumpió en la calzada por sorpresa y un coche lo arrolló.
La fortuna quiso que sólo sufriera una pequeña fractura de rótula y una brecha en el mentón de la cara. Fue llevado al hospital, pero el mismo día del accidente le dieron el alta. A partir de ese momento, la noticia cayó en el olvido.
Pero esa historia aún no había llegado a su fin. Esta semana he tenido la oportunidad de conocer la segunda parte del suceso. En este caso fue protagonizada por una madre de familia que presenció el accidente. Su hijo de diez años fue el primero que se acercó al niño tendido en el suelo y ella corrió a su coche para avisar a los servicios de emergencia. Precisamente en la carrera, esta vecina de San Roque sufrió una caída y el golpe terminó en fractura de metatarsiano, una lesión que le impedirá caminar durante los próximos dos meses.
Una historia así, merece ser contada en las páginas de HOY. El martes se lo propuse a esta mujer, pero ella me contestó que prefería pasar desapercibida. «Mi madre siempre me decía que lo que tú quieras que te hagan a ti, debes hacerlo tú por los demás». Era su manera de explicar que lo que ella hizo ese día no tiene la menor importancia, que la vida es una cadena de favores en la que hay que dar para luego recibir. «Yo sólo espero que si algún día le hace falta ayuda a alguno de los míos, haya buenas personas que les echen una mano. Esa es la mejor recompensa que uno puede esperar». Ahí queda su frase.