Desde donde escribo veo Castelar. Aún de noche. Oscuro yo también. Son las siete de la mañana. No les digo la hora a la que me acosté. A mi edad y en mis tristes circunstancias esto se asemeja a picar piedras. Olivenza mañana, tarde y noche. Una peoná. Y el torito se quiebra como cuando Perera le puede a fuerza de vaciarlo para adentro. Los recuerdos se agolpan en cierto desorden. No doy para más. Pero el alma, henchida de toros y toreros, me levanta, me reconcilia con todos y con todo. Le doy vueltas a lo de ayer sábado. Y me digo a mí mismo: ¡Joder qué grande es esto! Luego vendrán los matices. La ética y la estética. Pero el alma, henchida de toros y toreros, me vuelve a levantar.
La novillada me dejó luces y sombras. Un novillo y un novillero por delante. Un novillo, el quinto. Un utrero inválido que peleó mientras se sostuvo. Tenía la mano derecha claudicante. De pañuelo verde. Cuando no pudo embestir se aculó en tablas. En el arrastre le pitaron, le pitamos, que yo también estaba allí. Allí estaba yo, como quien se pasea por el Gólgota. Y ahora me da una pena muy honda ese torito al que le subastamos el honor. Dirán ustedes que soy un gil, no les falta razón, pero es que me da una pena muy honda ese utrero. Tanta como Juanito. En día tan importante para él no tuvo ni siquiera la oportunidad de jugarse la vida. El primero rajado, el segundo inválido. Me dicen que lloró. Y ahora, escribiendo, a mí me entra una pena muy grande. ¡Arriba chaval!
Los novillos de Talavante, bien de color pero no flotaban. Bonitos por fuera, vacíos por dentro. Una decepción. Así, de memoria, se salvaron primero y sexto. Todos bizcos. Por un momento sospeché del mueco de herrar (con hache).
¿Ginés? Ginés es un ratoncito “colorao” del toreo desde que lo parió su madre. Mejor en su primero. En el segundo hincó las rodillas al tomar la muleta, tanto trapazo descompuso aún más la embestida del novillo. Un despropósito. Luego enmendó, se fajó, y terminó a mejor. La estocada valía una oreja. La otra a criterio del presidente. Ginés tiene arte y oficio para más. Es un torero capaz de profundizar en una tauromaquia de corte clásico, la suya. Aunque transite, espero que temporalmente, por otras.
¿Cadaval? Lo tiene cuesta arriba. La sombra del padre es alargada. “¡Es menos gracioso que su padre!”, ríen borrachos a mi espalda. Con el capote es torpe, parece acalambrado. En general está verde. Dicho lo cual, también diré que las dos mejores tandas con la derecha las dio él. Tiene cierto empaque, pero supo a poco. Hay novillo para más, pensaba yo mientras me despedía de mi habano. Qué fumada tan placentera! ¡Qué tiro, qué cadencia, qué suavidad! Cohiba Espléndido, de Vuelta Abajo a Olivenza.
Ya no recuerdo si me mojé por la mañana o por la tarde, pero me mojé. El Maila, cercado. Mucho aficionado de barra y trago largo. Como Moisés, me abro paso hasta el comedor. Caras conocidas. Por allí mis entrañables Odila y Jack. Comen casi tanto como beben. ¡Qué portento de gente! Soberbio el servicio; sea el mejor elogio decir que no se notó que estábamos en estado de sitio. La merluza estupenda, el bacalao con chipirones confitados de nota. La camarera encantadora por dentro y por fuera. No me atrevo con postres más enterizos, me tomo una macedonia y en paz. Casi de régimen. Pago lo que me como. Al salir temo por mi vida. Medio salgo. Salgo. Más tapón que Rajoy. Fuera llueve, respiro, me dejo rodar hasta la plaza. Allí todo son malas noticias. Mi amigo Demetrio Broncano, aficionado antañón, aparece, víctima de un engaño, cubierto con un chubasquero amarillo. Toco madera. Hablamos de antruejos y de toros. Le miro de soslayo lo amarillo y de descompongo. Me llama mi amigo José Manuel Gordillo y me dice que a su esposa, Lola Burgos, le han robado la cartera. Es lo que tiene ir a sombra. Mucha miel.
Entro. En el callejón, Fernando Sánchez Dragó. Gargoris y Habidis de España. Solo Francis Wolff le alcanza a entender y a contar el cómo y el porqué del tuétano milenario de la lucha entre el héroe y el toro bravo. Al verle pasar, pasaba un torero. Enciendo un Partagás de Luxe Tubo.
El embarque de Garcigrande estaba fuera de tipo. Esta vez no pecaron por chicos. Y fue peor. Gordos no, porque se movieron, pero salvo el primero, nada. Alguno dio tormento. Otros se rajaron. Una pena. Estoy convencido de que Dragó vino a ver a Perera. El héroe clásico enfundado en el traje de la tragedia, en el sitio de la tragedia. Torero macho. Perera de grana y oro recibió de hinojos a la verónica. Doble o nada al destino. Me gustó mucho en su primero. La vida por delante. Perera es el torero poderoso por antonomasia. Rompió a su primero de tanto vaciarlo en redondo. ¿Bueno o malo? ¡Perera! No tuvo segunda oportunidad.
Urdiales hizo un faenón a su primero. Urdiales es la pureza. Urdiales no necesita artificios. Urdiales dejó en la memoria una faena redonda. El público, frío con el forastero, estaba aún acomodándose. Se llama Urdiales y torea dando el pecho. Faena grande. Hubo toro y torero. Estuve a punto de levantarme, apagar el puro e irme. No digo más. Tampoco tuvo segunda oportunidad.
Talavante pasará a la historia por la magia, no por jugarse la vida en un cara o cruz sin sentido. Es mi opinión. La épica y la lírica. La ética y la estética. ¿De qué lado están las orejas? No lo sé. ¿Es posible ser aún más valiente y aún más macho que Perera sin cruzar la frontera que separa el valor seco y hondo de la temeridad absoluta? Yo personalmente pago por la magia. Lo otro me asusta. Talavante estuvo a merced de su oponente en su tercero. La cornada la llevamos todos los presentes cuando le vimos prendido de los pitones. Y todo por nada, una faena que, por mucho que nos empeñemos en ver lo que nos hubiera gustado ver, fue deslavazada y que no levantó el vuelo en ningún momento. Algo es evidente, va a ser una temporada a cara de perro. Los de arriba no aflojan y los de abajo vienen mordiendo. Puerta Grande al más valiente. El toreo se fue a pie por el patio de cuadrillas. Y yo me asusto, estaré mayor.
Fin. La cartera de Lola no aparece. Al salir, sangre. ¿Para cuándo un desolladero? No es de recibo. Piso la sangre, la fiesta milenaria y me acuerdo de un torito que murió sin honor. Como la vida misma. No siempre ganan los buenos. En un solar oscuro, mi coche. Ni una mala luz. Impropio. Sin desolladero. La sangre. No siempre se gana.
Termino. Amanece. Me acicalo como si fuera a la despedida del Bombita. Me tomo mis cinco pastillas de ordinario y una más por si la tensión se me dispara. Huelo con deleite el interior del humidor. Escojo. Las llaves, la cafinitrina y el habano. ¡Y la entrada! ¿Almohadilla? La roja del Cocherito; Bilbao por medio. ¿Puro? Para celebrar la mañana y la fiesta, un Ramón Allones Prominente. ¡Vivan los toros! ¡Vivan los toreros! ¡Viva la fiesta brava!