Una paz inmensa me llena. A veces, pocas veces, el toreo te llena de paz. Un extraño estado en que el alma te pesa poco y te hace el paseíllo. Ayer Domingo, ¿he dicho ayer?… ¡Hoy! Porque hay Domingo para rato. Días que no acaban, que se te clavan en los ojos y ahí los llevas, colgados. He muerto de frío y de lluvia, he muerto entre el gentío, metido en prisas, he muerto cansado mañana y tarde, he muerto en un incendio absurdo, he muerto en una localidad cada año más chica, he muerto de vez en cuando, pero he resucitado. He resucitado a muletazos. Los llevo prendidos en la paz del alma. Domingo tenía que ser. Para obrarse el milagro, para inundarte de paz.
La corrida de Núñez del Cuvillo fue, es, sencillamente, memorable. Hubo toros y toreros. Los matices no empañan la grandeza de todo cuanto vimos. Antes bien al contrario, dan pie a la charla, al debate entre aficionados, al contraste de pareceres, a la tertulia encendida. Lo único que no tiene perdón es no haberlo visto. Pecar en Domingo. ¿Quién estuvo mejor? He oído opiniones diversas y dispersas. Yo les cuento la mía. La que me sale del alma, la que me flota en la resaca de tanta marea alta.
El embarque de Núñez del Cuvillo estuvo bien presentado. Bonitas hechuras. Más o menos enmorrillados, alguno ensillado,… Unos mejor que otros… A ninguno le faltó el tranco. Iban y venían. Fueron nobles hasta decir basta. No recuerdo un tornillazo. A veces medio toro, a veces un cuarto. La tonta del bote…Dicho lo cual, diré también, que creo merecidas las dos vueltas al ruedo.
Adame cortó una orejita en tono menor a su primero. Faena aseada. Sin estridencias. En su segundo, el que hacía cuarto, la faena fue excepcional. Toro y torero bailaron al mismo compás. Eso es en definitiva el toreo. Toro y torero al unísono. Faena de trazo largo, derechazos como líneas de metro y vuelta. Sin duda la mejor faena de la feria. Harina de otro costal es la opinión que nos merezca el aire del mexicano. Es evidente que no se mueve en los cánones que gustan a los puristas de por aquí. Por aquí, España. Tiene una tauromaquia antigua, pero no añeja en el sentido con que los taurinos utilizamos la palabra añeja. Lo suyo es vintage. De antes de que Ojeda bajara de los cielos. No me desagrada, pero reconozco que tiende a compases muy abiertos. Guste o no, Adame, Joselito Adame, firmó una faena entera, maciza y cabal. Incluso se permitió matar como Dios manda. Rabo más, rabo menos, eso no importa. El sexo es al amor como los rabos al toreo. Al pasar por mi localidad con las orejas en la mano me destoqué en señal de reconocimiento, y tal era mi arrobo que el puro, un soberbio Ramón Allones, un Prominente excepcional, fue a rodar bufanda abajo. Por un momento extraviado el charuto, temí prendiera la bufanda. Al no encontrar el puro me vi ardiendo a lo bonzo, carbonizado en defensa de la fiesta brava. La venganza de Cuauhtemoc. Gracias a Dios, otra vez Él, salvé la vida. Mientras, Adame se alejaba con dos orejas de ley.
Lo de Garrido me tiene rendido. No por paisano, ni siquiera por haber cambiado con él cuatro palabras, tampoco por lo mucho que me lo tiene recomendado su tía Solete. Garrido no es de este mundo. Viaja en cohete por la galaxia toro. A su primero, un medio toro, le hizo una faena deliciosa. Un deleite, una caricia. Para paladares exigentes. Tres estrellas Michelín. Garrido coloca los trapos magistralmente. He dicho magistralmente y lo repito, en maestro, porque a su corta edad derrocha madurez. Además piensa en la cara del toro. Y bien. Tiene el cajón de la herramienta siempre a mano. Recursos de todos los colores y todos los tamaños. Tiene lo que solo da Dios. Y en la frente tatuado un cortijo. La faena tuvo de todo, valor, variedad,… pero sobre todo tuvo personalidad. Hubo un tiempo en que, quizá deslumbrado, toreaba imitando al maestro Ferrera. Cada torero tiene que torear con lo que lleva dentro. Ayer lo hizo. En el primero y en el segundo. A éste último, otro medio toro, pero paradito, le sacó la faena con sacacorchos. Lo que no supo hacer Roca Rey en el que cerraba plaza, un toro muy parecido en su comportamiento. Garrido se metió de hoz y coz en la lidia. Se dice lidia y no está mal dicho. Toreó con el poderoso recurso de la voz. Porque los toros si te oyen te entienden. Mandó callar la música, no porque llegara a deshora, sino porque el toro le oyera a él. ¡Quién fuera su suegro! La felicidad debe parecerse mucho a ser el suegro de Garrido. Tardes de cortijo, la dehesa frente a ti.
Roca Rey tiene un capote casi tan grande como él. Estuvo inmenso. Esta vez el toro no pasó de ser la mitad de medio, pero tenía el don más preciado que puede regalar un toro, la embestida lenta, la que permite la magia en la muleta. A Roca Rey no se le escapó. Faena importante, llena de dulzura. Toro y torero. Naturales magníficos. Roca Rey es otro torero de recursos. No tantos como Garrido, pero acabará teniéndolos. Aún está algo verde para lo mucho que cuentan de él. Mató de bajonazo con vómito. Hecho que no pareció importar en demasía a juzgar por la fuerza con que se le pidió, y se le concedió, el rabo. Recuerden lo dicho anteriormente sobre Adame. En su segundo descansó, como el Señor al llegar el séptimo día.
Roto por dentro y por fuera. Embebido en lo visto. Como Stendhal en Florencia. Calle arriba, otra vez al Maila. Feliz en su mesa Fernando Domecq. Supongo que celebrando el puerro que le ha metido al mejicano. Algún plumilla con gafas. Jack y Odila comiendo y bebiendo, más que ayer pero menos que mañana. Un seguidor blanquinegro me pregunta por el partido del día. Siendo sincero reconozco no saber muy bien donde jugamos. Hasta mañana de fútbol, nada. Antonio Gómez me ofrece su mesa al verme solo. Saludo. Me tomo unos judiones con rabo de toro como para repetir. Sabrosísimos. Bien la paletilla de cordero. Estupenda la macedonia de frutas. La camarera sigue siendo, como ayer, guapa por dentro y por fuera, pero no da abasto. Acuciado por las hambres y la prisa de volver a la plaza recurro al autoservicio.
Días de mucho, vísperas de nada. Lo de Zalduendo está para el matadero. El concepto de toros de lidia les viene ancho. Un despropósito. Banderillas negras las que hubieran merecido. Baldón infamante. ¡Vaya puerro! Ya en el primero cantó la gallina. Rajados, tirando a marmolillos, todo un despropósito. Limpieza de corrales. Saldo impresentable. Titulen a su gusto.
Ponce poco pudo hacer. Todo su empeño no fue suficiente. Aburrió. Un figurón como él no debería prolongar tanto las faenas. No merece la pena. Algún muletazo suelto. Poca cosa. Y la impresión de que llega del pasado. Si algo se ha puesto de manifiesto en esta feria de Olivenza es que los de arriba muerden y los que quieren llegar arriba muerden tanto o más. No es el tiempo de Ponce. Su magisterio de otra época. A buen seguro le quedan tardes de gloria, pero no está para mordiscos.
Manzanares tampoco tuvo toro. Precioso el traje, grana y oro.
Creo que López Simón cortó dos orejas. Y creo también que le pidieron con fuerza una tercera. ¿Dónde estuve yo que nada vi? Trato de recordar. El de Barajas tuvo el lote de la tarde. El lote menos malo. O menos malísimo. Su primero, medio se movía. Tenía malas maneras, empujaba queriendo hacer daño. López Simón sacó el pico y la pala. Poco más o menos con el que cerraba plaza. A mí no me dijo ni fú, ni fá. Basto, desabrido,… ¿Se acuerdan de Manili? Yo soy más de Manili. A López Simón, si los terrenos que pisa nos lo permiten, tengo ganas de verle con toro.
Me voy con Cipriano Piriz camino del Arteaga. Allí me despido de los de Vitoria. Éstos sí que se merecen una Puerta Grande. Ellos y el cirujano de la plaza Bilbao, y su señora, y los dos franceses de Burdeos que han compartido conmigo feria, y Paco, y José, y todos los que dejan su casa y la comodidad que en ella encuentran por venirse a la Olivenza del toro. Los que sueñan faenas y, en ocasiones, las ven. Cuando escribo estas líneas, Jero, Txato, Luisja, Miguel, Luis y Josu estarán camino de Vitoria. Los de Amurrio se fueron ayer. Este verano volveré a Vitoria cuando haya toros por la Blanca. No sería malo que alguien me acompañara. Para devolver la cortesía y para decir sí creo en ti Señor de la Tauromaquia. Creo en ti Señor, no te pido la victoria, tan solo que me concedas la dicha del combate. Señor, y si he de perder, que sea tu nombre lo último que diga.