Nacido hace 36 años en Mataró, hijo de emigrantes extremeños, la vida de Juanjo Pulido dio un vuelco el día que sus padres le anunciaron solemnemente que en 1992, el año olímpico, se volvían a vivir al pueblo, a Extremadura. Hoy, 20 años después, vive en Sierra de Fuentes (Cáceres) y desarrolla su profesión de arqueólogo en la empresa que él mismo creó, Underground Arqueología. Está embarcado en la aventura de conseguir que la conservación del patrimonio se convierta en un proceso participativo, con la intervención colaborativa de los ciudadanos.
Hijo de una humilde familia de emigrantes extremeños, afincados en Mataró, capital de la comarca barcelonesa del Maresme, estudió en un colegio privado y catalanista, con el consiguiente esfuerzo económico para sus padres. De aquella época recuerda sus problemas de integración, por no llamarse Jordi, Oriol o Roger, o apellidarse Puig o Sabater; subsanados siendo más catalanista que Carod Rovira: solo escuchaba música en catalán y bailaba en una colla sardanista. Su horizonte estaba puesto en empezar la carrera de Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, en Bellaterra.
¿Y en esas llegó el año 1991, no?
Sí, en el año 91, mis padres me anunciaron solemnemente que al año siguiente nos íbamos a vivir al pueblo y, claro, todo aquello se iba al garete. Con todo lo que me había currado ser una persona respetada en el ambiente burgués catalán (con todo el respeto que se puede conseguir con 16 años, que es más bien poco), y con una novieta que me había echado en Premià de Mar, nos fuimos al pueblo (la chica la dejé allí, claro).
Echando la vista atrás, no podría decir si el cambio fue a mejor o a peor. Yo allí estaba de maravilla y me fastidió mucho tener que venirme. Es imposible saber si todo lo que tenía pensado para mi futuro allí, se iba a cumplir a pies juntillas. Las cosas han ido viniendo como han ido viniendo, según las decisiones que he ido tomando a lo largo de todos estos años, y no me arrepiento de nada.
¿Has seguido manteniendo contacto con tu localidad de origen, Mataró?
Al principio sí, pero con el tiempo te haces más dejado y vas perdiendo el contacto con la gente. Con la aparición de las redes sociales he vuelto a tener ese contacto, aunque no es todo lo fluido que quisiera. Quizá porque la gente tiene ya su vida y si ya no hay roce, pues ya no hay cariño. Supongo que será eso.
¿Encuentras a faltar el mar, como todos los que nacimos en el Mediterráneo?
Los primeros años, después de venirme para Extremadura, solía ir con mi familia de vacaciones, porque todavía manteníamos el piso donde vivíamos en Mataró. Pero cuando lo vendimos, dejé de ir con tanta frecuencia. Ahora hace ya unos 5 o 6 años que no voy. Con el tiempo conoces a gentes que te hacen ver que además de la playa de Mataró, hay otras, y claro, había que comprobarlo, aunque por motivos de trabajo hace ya un par de años que no piso una.
¿Cómo llega tu interés por la arqueología?
Se inició cuando, durante la carrera, tuve la oportunidad de formar parte de un proyecto de investigación sobre las pinturas rupestres del Parque Nacional de Monfragüe. Tras terminar la licenciatura, participé en otro, consistente en la documentación de un impresionante conjunto de grabados que se localizaron en el Guadiana, en Alconchel, que quedaron sumergidos bajo las aguas del embalse de Alqueva. Posteriormente trabajé en varios yacimientos de la Comunidad de Madrid y de Castilla la Mancha. Para quitarme el gusanillo de excavar en Cataluña, me fui un verano a colaborar en un proyecto de la Universidad Autónoma de Barcelona, para excavar un dolmen en el Pirineo, en Baiasca, Llavorsí. Antes del regreso definitivo a Extremadura, estuve un par de años en Algeciras, dirigiendo algunas excavaciones de época islámica. Y ya en Extremadura, hemos realizado algunos trabajos de prospección y seguimiento arqueológico, y otros de carácter más científico, como es la excavación del Castillo de Zalamea de la Serena y el Castrejón de las Merchanas, en Don Benito.
¿Qué podemos aprender de la arqueología con vistas a nuestro futuro?
Que la difusión y la gestión del patrimonio arqueológico tiene que empezar a no depender tanto de las administraciones y si de la sociedad. Las estrategias elegidas hasta la fecha están ya obsoletas. Debe ser la ciudadanía la que empiece a implicarse en la protección y la puesta en valor de sus bienes patrimoniales, mediante acciones colaborativas, de acceso libre a la información y siempre de un modo sostenible. Nosotros tenemos un lema: menos centros de interpretación y más acción. Es un poco chorras, pero define muy bien nuestra línea de actuación.
¿Puedes poner algún ejemplo?
Estamos colaborando en Malpartida de Cáceres, en un proyecto que va en este sentido. Con el proyecto Maila, pretendemos la puesta en valor del yacimiento romano de Los Barruecos, desde un punto de vista colaborativo, incluyendo a la sociedad en cada una de las acciones a desarrollar en referencia al propio yacimiento. El pasado mes de marzo tuvieron lugar las primeras jornadas participativas de medición del propio yacimiento, con un gran éxito de asistencia y una buena onda mediática. El próximo mes de octubre pretendemos repetirlo, pero con más medios. Creemos que este es el camino. Si queremos que la gente visite nuestros pueblos, tenemos que ofrecer lo que tenemos, y no podemos quedarnos de brazos cruzados porque no haya dinero para excavar nuestra villa romana o para restaurar nuestro castillo. Hay que moverse, para que lo que tenemos sea conocido por todos. Ya buscaremos la fórmula para hacerlo, y para eso necesitamos a la gente.
¿Cómo surge la decisión de poner en marcha un proyecto empresarial como Underground Arqueología, en 2009, ya en plena crisis. Mal tiempo para la cultura, no?
La verdad es que sí. Tanto mi compañera, como yo, llevábamos varios años trabajando en empresas, haciendo arqueología de gestión. Veíamos que se estaba entrando en una dinámica, en la que la arqueología había dejado de ser una disciplina científica, para convertirse en una actividad más dependiente de la construcción, como pudieran ser los encofradores, los soladores o los fontaneros. Decidimos que, aunque esa arqueología de gestión tenía que seguir existiendo, era posible empezar a cambiarla. Sobre todo en la visión que la ciudadanía tiene de ella, haciendo que fuera compatible con otros aspectos de la misma, como su difusión y socialización, incidiendo más en el aspecto científico, que en el puramente económico. Podríamos decir que nuestra opción empresarial no es del todo rentable (expertos en economía y en gestión de empresas la consideran incluso suicida). Pero, al no tener que mantener un gran patrimonio adquirido en años de bonanza, es más fácil centrarse sólo en la arqueología y no en otros intereses. Es nuestra opción y la forma de entender nuestro trabajo y con esas ideas iremos hasta el final.
¿Con qué lugar arqueológico de los que conoces, de Extremadura o fuera, te quedarías?, y ¿cuál sería tu sueño como arqueólogo?
Te puedo dar dos lugares, uno de Extremadura, Cancho Roano, en Zalamea de la Serena, y otra en Cataluña, Empúries.
Mi sueño como arqueólogo es que la sociedad conozca, respete y valore nuestro trabajo, y que del mismo modo, conozca, respete y valore su patrimonio arqueológico.
¿Qué lugar de Extremadura recomiendas siempre a quien viene de fuera?, y ¿qué lugar de Catalunya forma parte de la película de tu vida?
Depende de las épocas del año y de gustos. En otoño el Valle del Ambroz y La Siberia; en primavera Los Barruecos, el Jerte y las dehesas de Badajoz; en verano La Vera; y todo el año Las Hurdes. Nuestro trabajo nos permite ir a sitios que, de otra forma, nunca visitaríamos, y eso es una ventaja a la hora de poder ofrecérselo a los demás.
En cuanto a Cataluña, me quedo con Mataró, mi ciudad natal. Para mí es la mejor ciudad del mundo, con las mejores fiestas del mundo, Les Santes, que, por cierto, empiezan en pocos días y que un año más me perderé. Las fiestas mayores en Cataluña tienen un formato que echo de menos en Extremadura. Son muy participativas, con tradiciones propias y con la gente todo el día por las calles. Respeto a la gente que le gusta el modelo de cacharritos de feria, casetas y toros, pero no va conmigo.
¿Comida extremeña o catalana?
Si te soy sincero, no soy muy fan de los grandes platos de las gastronomías extremeña y catalana (debería ser lapidado por ello y por ambos bandos). Pero sí que es cierto que hay algunos productos de ambas que me vuelven loco. De Extremadura, las tortas, los quesos de Los Ibores, el jamón, los alfajores, las migas con naranja de Las Hurdes, la técula-mécula de Olivenza, las yemas de Trujillo, las perrunillas y los dulces de bellota de la madre de mi amigo José, de Castuera, y los tomates de mi amigo Jaime, de Villarta de los Montes, en la Siberia. De Catalunya, el pà de pagés, la llonganissa, la butifarra blanca y la negra (que en tortilla están de muerte), los calçots de Valls, el queso tupí del Pirineo, las neules y carquinyolis de la Conca de Barberà, los panallets, la coca de Sant Joan (la de chicharrones es espectacular), la crema catalana, el cacaolat… y, por encima de todo, los frankfurts de la Riera y los helados de vainilla de la Verdú, en la Baixada de Santa Anna, en Mataró.
Al final, los mejores platos son los que te cocinan aquellas gentes con las que te cruzas por la vida, cuyos ingredientes vienen de aquí y de allá, igual que las personas, y que, vengan de donde vengan, siempre tienen un hueco en tu corazoncito, y en tu estómago.