Año 1991. Badajoz. Javier Sardá hace su programa La Bisagra desde los nuevos estudios de RNE en la Plaza de España, junto a su alter ego el Sr. Casamajó. Acabada la jornada, después de cenar, me pide que le acompañe a ver a una persona con la que le gustaría recordar viejos tiempos barceloneses. Se trata de Claudio Rodríguez, por aquél entonces propietario de La otra luz del Jazz, que había sido uno de los camareros más populares de la mítica Sala Zeleste de Barcelona, cuna de la denominada ona laietana.
Claudio Rodríguez, nacido en San Vicente de Alcántara en 1946, aunque de Badajoz de toda la vida, nos dice; está jubilado desde 2007. Durante casi 13 años vivió la eclosión y consolidación de la Sala Zeleste. En pleno barrio gótico de Barcelona, en la calle Argentería (Platería), se convirtió en el epicentro de la renovación musical catalana y cuna de lo que se conoció como ona laietana, en expresión de uno de los artistas emblemáticos de aquella época, Gato Pérez.
Claudio se incorporó a Zeleste a los pocos meses de su apertura en mayo de 1973, ahora hace 40 años. Allí se convirtió en un personaje imprescindible de la noche barcelonesa. En una crónica publicada el 22 de enero de 1983, en el desaparecido diario El Noticiero Universal, se escribe y mientras todos ríen, y beben, y lloran, Claudio Rodríguez Ruiz, extremeño de 36 años, sigue pendiente del movimiento de la noche, enterándose de todo, luchando por todo, y algún día… será lo que muchos sueñan ser mientras le piden unas copas.
Aunque también hubo tragos amargos y momentos difíciles, como los que vivió cuando tuvo que irse por desavenencias laborales e intentaron hacerle la vida imposible, Claudio recuerda con afecto y cariño aquellos años. Éramos como una gran familia –explica-, todos nos conocíamos, empleados, clientes, artistas, periodistas, políticos. Zeleste era el centro de la noche. Trabajábamos mucho, normalmente de 5 de la tarde a 5 de la mañana, pero también aprendíamos mucho, conocíamos a mucha gente y teníamos un gran ambiente.
Zeleste fue la primera sala de Barcelona con una programación diaria de conciertos, con un criterio bastante ecléctico, que iba desde el flamenco a la salsa, pasando por el rock, la rumba catalana, el jazz, o una mezcla de todo ello. Gracias a esas actuaciones, Claudio fue educando su gusto y aficionándose al jazz, a la par que ejercía también como fotógrafo. De entre los muchos artistas a los que vio y sirvió, en el terreno del jazz, recuerda especialmente al pianista Bill Evans y al batería Art Blakey. Art era un tipo divertidísimo –nos cuenta-, se ponía detrás de la barra para servirse y después recorría toda la sala utilizando cualquier cosa para marcar el ritmo: el suelo, las mesas, las sillas, todo. Era un auténtico espectáculo. También me gustó mucho el cubano Carlos Puebla, del que tengo una gorra de recuerdo que intercambié con la mía.
MUSICAL EXPRÉS
El ya mencionado Gato Pérez, la Orquesta Platería, la Voz del Trópico, Loquillo, la Compañía Eléctrica Dharma y un largo etcétera forman la lista de grupos y artistas con los que Claudio Rodríguez compartió actuaciones y vivencias. Muchos artistas de la incipiente movida madrileña también pasaron por Zeleste. Y no me quiero olvidar de Manuel Gerena –añade-¸que me llamaba compadre y al que más de una vez tuve que ir a llevar bocadillos a la cárcel, a donde le conducían después de sus actuaciones, por meterse con el gobierno.
También recuerda que el programa de TVE, Musical Exprés, que dirigía el desaparecido Ángel Casas, se grababa en ocasiones en Zeleste. Esto le permitió entablar una buena amistad con él y, lógicamente, conocer a todos los artistas que fueron pasando por el espacio, uno de los punteros de la música en España.
Entre las muchas anécdotas que pueblan su biografía, cita con orgullo la vivida en 1977, con motivo de una visita que hicieron a la Sala Zeleste el entonces Presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, y el vicepresidente del Gobierno de la UCD, Abril Martorell. Cuenta Claudio que llegaron los de seguridad y entre todo el personal de la sala le eligieron a él para que les atendiese. Al principio –nos cuenta- , por recomendación de sus asesores y debido a algún problema de salud, Tarradellas pidió un San Francisco, pero al poco de probarlo dijo que ya tenía bastante de aquello y pidió un cava Juvé y Camps.
LA OTRA LUZ DEL JAZZ
1986 supuso un cambio trascendental en la vida de Claudio. Deja Barcelona, Zeleste y vuelve a Badajoz. Quería hacer algo diferente y monta la primera champañería de la ciudad, en la calle San Isidro. Su nombre: La otra luz del Jazz. En realidad el nombre se lo puso Ángel Casas –comenta-, con motivo de una exposición de fotos mías sobre jazz que hicimos en Andorra, en Les Escaldes, organizada por la propia Sala Zeleste. La titulamos así al explicarle que, de algún modo, quería un nombre que representase lo que yo veía del jazz a través de la cámara. Esa es la otra luz.
El establecimiento de Claudio se convirtió en un lugar de referencia en Badajoz. Era algo distinto. Buena música, cava y champán, y, en carnavales, sus inolvidables cocidos de madrugada, servidos en unos pequeños panes de hogaza, que revitalizaban a cualquiera y le invitaban a continuar la celebración.
Además fue lugar de visita obligada para los viejos conocidos de la época barcelonesa de Claudio, cuando estos venían a Badajoz. Así La otra luz del Jazz recibió en su escueto espacio a Serrat, Loquillo y Constantino Romero, entre otros muchos.
En 1999 tuvo que dejar el local de la calle San Isidro, y tras un par de años regentando el Mesón Arriero, reabrió en Valdepasillas, en la calle Jacinta García Hernández, donde permaneció hasta su jubilación en 2007.
Hoy Claudio se dedica a sus aficiones, entre las que sigue estando escuchar buen jazz. Como manitas habilidoso que es, recicla y da un nuevo uso a todo lo que encuentra a su paso, ya sea para hacer una lámpara, una jaula para aves o una incubadora artesanal, que ha preparado con un motor recuperado de aquí, unos engranajes de allá, unas bandejas de otro sitio, etc.
Y a ratos, se refugia en el pequeño rincón que tiene en su casa, presidido por todos los recuerdos de sus vivencias, entre ellos el gran cuadro de un saxofonista que presidía también su emblemático local de Badajoz. Rincón en el que no podía faltar una pequeña barra de bar y un bodeguita con algunas botellas históricas, como una de brandy Torres 20 años de la boda de la Infanta Elena en Barcelona, y otra de whisky Bell’s de la boda de la Princesa Diana de Gales.
Nunca imaginó Claudio Rodríguez, en 1972, cuando se fue a Barcelona a comprar una bomba de agua, para poder reparar su Chrysler Winson automático, que aquél viaje le llevaría a ser la otra luz de Zeleste y de la ona laietana.