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Fco. Javier M. Romagueras

Catalana con Jamón

Extremadura-Catalunya en autobús, una aventura de regreso al pasado

La mítica área de servicio Rausan, en las proximidades de Zaragoza./ La mítica área de servicio Rausan, en las proximidades de Zaragoza.
Autobús de regreso de Barcelona hacia Extremadura

Autobús de regreso de Barcelona hacia Extremadura

En plena reivindicación social por conseguir que Extremadura tenga un transporte público digno, en la pasada Semana Santa he revivido la aventura que supone ir desde Navalmoral de la Mata a Barcelona en autobús.

En los más de 31 años que llevo residiendo en Extremadura, han sido innumerables los viajes que he hecho hasta mi Barcelona natal, y más concretamente hasta mi pueblo de adopción, Premià de Mar. Me considero un experto en esta ruta y creo haberla hecho por casi todos los medios posibles: en automóvil cuando aún no había autovías, por las antiguas N-V (sin túneles de Miravete) y N-II; en tren nocturno desde Badajoz; en avión desde Badajoz, con todas las compañías imaginables y con los más variopintos modelos de aeronave; en coche o transporte público (tren o bus) hasta Madrid y desde allí, bien en tren o en avión hasta Barcelona; en automóvil hasta el aeropuerto de Sevilla para coger el avión… Un amplio abanico del que no podía faltar el autobús, que fue el medio que más utilicé en los primeros años, cuando residí en Navalmoral de la Mata, Cáceres y Plasencia. Autobuses que inicialmente eran piratas, o algo bastante aproximado, para los que tenías que comprar los billetes en un bar de Navalmoral. Trayectos en bus que me dejaron algunos recuerdos imborrables, como un viaje un día antes de una Nochebuena, que duró casi 24 horas, al quedarnos toda la noche bloqueados por la nieve en el puerto del Frasno, unos 67 kilómetros antes de llegar a Zaragoza.

Ahora, tras bastantes años, decidí volver a utilizar el autobús para ir a Barcelona. El objetivo era hacer un trayecto más directo, sin perder todo el día, evitarme los múltiples transbordos de las otras fórmulas y no andar tan pendiente del volumen del equipaje, como cuando vas en avión. Debo decir que la experiencia ha sido mejor de lo que esperaba, sobre todo en cuanto a puntualidad y aprovechamiento del tiempo. Aun así, hay suficientes elementos anecdóticos que confieren a este viaje un punto de aventura y de regreso al pasado, que no al futuro.

MINDFULNESS VIAJERO

Este viaje en autobús es lo más parecido que se me ocurre a una sesión de mindfulness: te has de armar de paciencia y valor para pensar que estarás ahí metido durante casi 11 horas (bastantes más si vienes desde Jerez de los Caballeros). Es un profundo ejercicio de mentalización. Eso sí, es aconsejable llevar un buen collarín cervical, para hacer más llevadera la noche.

Salimos con 15 minutos de retraso sobre el horario previsto, las 19 horas. Aunque no están ocupadas todas las plazas, los maleteros van a reventar. Hay un notable contingente de emigrantes que, al parecer, se trasladan hacia Zaragoza y Lleida para las diferentes campañas fruteras.

Recordaba que, en uno de mis últimos viajes desde Barcelona, el autobús era tipo exprés, con 3 plazas por fila y más espacio entre butacas. O bien fue una casualidad o hemos empeorado, porque ahora hay 4 butacas por fila. El autobús que nos lleva no me resulta nada cómodo. Y ahí me doy cuenta del primer error: haber cogido el asiento número 1, justo detrás del conductor. La mampara separadora reduce el espacio para los pies. Afortunadamente, al haber plazas libres, mi vecino de asiento se va a otro lugar. ¡Bueno, podré acomodarme algo mejor para intentar dormir! Para la vuelta hago enmienda a la totalidad y cojo una de las plazas centrales de la última fila. Así tengo espacio de descongestión hacia el pasillo central.

DE SORPRESA EN SORPRESA

La mítica área de servicio Rausan, en las proximidades de Zaragoza.

La mítica área de servicio Rausan, en las proximidades de Zaragoza.

Recuerdo que siempre iban dos conductores para hacer el trayecto. Pregunto por esta cuestión cuando paramos para cenar en un área de servicio de Trijueque (Guadalajara). El conductor me explica que eso ya hace muchos años que no es así. Ahora solo va uno. Me caben muchas dudas sobre la razón, ¿serán los manidos recortes?, pero el caso es que me confiere un punto de inseguridad: ¿y si el conductor se siente indispuesto en un viaje tan largo y de noche, o le entra sueño? En fin, regreso a mi estado mindfulness para no darle más importancia.

Como los nuevos tiempos deben reflejarse de algún modo, compruebo que en los asientos hay enchufes para poder recargar los móviles y también hay wi-fi. Pillo la red, pero como todo el mundo debe estar tirando de ella, no hay forma de que funcione, por lo que opto por regresar a mi 4G.

Lo que no ha cambiado nada con el paso del tiempo son las paradas en dos lugares míticos, que creo forman parte del imaginario de cualquier viajero que haya hecho esta ruta en los últimos 30 años. El primero es la estación de servicio Rausan, en las proximidades de Zaragoza. Es una enorme área de estacionamiento, que ha ido creciendo con el paso de los años. De ser una modesta cafetería aneja a una gasolinera, hasta convertirse en hotel, restaurante, campa de camiones… Te atiende un personal por el que tampoco parece que haya pasado el tiempo, al igual que con algunos de los productos que ofrecen, por no citar las decenas de banderines de clubes deportivos que cuelgan polvorientos de sus paredes. El segundo enclave es la localidad soriana de Esteras de Medinacelli. Allí se para de madrugada en el trayecto de Barcelona a Extremadura. Un lugar gélido donde los haya, con una fuente que en invierno está casi siempre helada. La cafetería en la que paramos, aunque remozada, sigue resultando inhóspita y desangelada. No sé si por el destemple que llevan los cuerpos a esas horas, o por la falta de calidez del lugar.

ESTACIONES DE ÚLTIMO NIVEL

Otro detalle que me llama la atención es la calidad y el estado de las estaciones de autobuses. Por lo que se ve, el nivel de las estaciones de transporte está en consonancia con el poder adquisitivo de los viajeros. Y como parece que el que viaja en bus es el más arrastrado de todos, pues las estaciones están bastante en consonancia. Está claro que los aeropuertos son el top, con amplias zonas comerciales y de restauración, bien cuidadas, con bastantes servicios y bastante limpios, por lo general.  Las estaciones de ferrocarril con Ave, les van a la zaga. Y las estaciones de autobús son el último peldaño. Lo digo porque en una ciudad tan turística y pretendidamente europea como Barcelona, la antigua estación ferroviaria del Norte, actualmente principal punto de partida de los autobuses al resto de España y de Europa, es realmente indigna de los pasajeros que la utilizamos. Y tampoco se puede decir que sean un dechado de virtudes la Estación Sur de Madrid, la de Bilbao o la de Badajoz, solo por citar algunas de las que mejor conozco. Con unos aseos más que dudosos en cuanto a salubridad, con suciedad bastante generalizada y tiendas y establecimientos de restauración que dejan bastante que desear.

El caso es que el viaje de vuelta me resulta más digerible que el de ida. Salimos a las 17.30 horas de Barcelona y a las 4.30 horas ya estoy en Navalmoral de la Mata, con tiempo para dormir un par de horas antes de iniciar la jornada.

En definitiva, pese a las relativas incomodidades, no me arrepiento de la experiencia. Salvo que pueda prever fecha de viaje con suficiente antelación, que me permita encontrar billete de avión a buen precio desde Badajoz, creo que repetiré más viajes como este en autobús. Estoy cansado de transbordos, limitaciones de equipaje, las horas de antelación o perder todo el día en el viaje. Así será, hasta que el Ave o el tren rapidillo nos separe.

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