En el pasado se ha dado siempre a los huracanes nombres femeninos, y hemos tratado de averiguar desde cuándo viene ocurriendo eso, y sobre todo a quién y por qué se le ocurrió la idea de bautizar a los ciclones tropicales, que eso son los huracanes, exclusivamente con nombres femeninos.
Dejaremos para más adelante, tal vez en un artículo posterior, el analizar cómo, dónde, cuándo y por qué se gestan estos enormes fenómenos, pero de momento nos centraremos en cómo se les ponen los nombres propios con los que nos referimos a ellos. Como antes decía, a un ciclón tropical se le denomina genéricamente huracán en el Atlántico, y más en particular en el Caribe, donde son muy frecuentes, pero dependiendo de la región del planeta en la que aparece, un ciclón tropical recibe nombres diferentes, aunque todas las denominaciones se refieren al mismo fenómeno: en Asia se le llama Tifón, en la zona del Índico se le llama simplemente Ciclón, en Australia se le conoce como Willy-Willy, etc., pero como digo todos son ciclones tropicales, que en principio no tenían más que ese nombre genérico.
La idea de nombrar individual y sistemáticamente a todos estos fenómenos con un nombre propio para cada uno fue de un meteorólogo australiano, Clement Lindley Wragge, que a finales del siglo XIX puso nombre a todos los sistemas de bajas presiones que afectaban a Australia; para ello utilizó inicialmente las letras del alfabeto griego, pasando después a nombres de personajes mitológicos, después a nombres de mujeres y, finalmente a nombres de políticos que no eran de su agrado, aunque ocasionalmente utilizó algún nombre de políticos a los que sí admiraba.
Durante la II Guerra Mundial, entre 1939 y 1945, los pilotos americanos tomaron por costumbre, de forma inocente y como homenaje a ellas, denominar a los ciclones tropicales con nombres femeninos, poniéndoles los nombres de sus novias, madres o mujeres de su familia en general.
Posteriormente, desde 1950 un Comité Internacional, adoptó la idea de los combatientes, dándole carácter oficial, y decidió que las tormentas tropicales deberían tomar siempre nombres de mujeres ordenados alfabéticamente; de hecho, en 1953, el Departamento de Meteorología de los EEUU estableció oficialmente las listas en las que se relacionaban los nombres a aplicar para cada año, con carácter internacional, pero manteniendo siempre sólo nombres femeninos.
En los años 70, algunos grupos feministas decidieron averiguar la razón por la que los nombres debían ser femeninos y el razonamiento que se les dio, sin duda “ligeramente machista”, fue que se había considerado que al ser fenómenos imprevisibles y peligrosos se les debía dar nombres femeninos, …
Naturalmente los grupos feministas protestaron inmediatamente, por ese uso exclusivo y abusivo de nombres femeninos, y propusieron al Congreso de los EEUU, que aplicando las mismas razones, de ser imprevisibles y peligrosos, se nombraran los huracanes con los nombres de los senadores americanos. Finalmente se llegó al acuerdo de que, “a partir de 1979, se alternarían nombres masculinos y femeninos” manteniéndose el orden alfabético.
Se establecieron entonces seis listas para otros tantos años, con 21 nombres cada una, alternándose los nombres masculinos y femeninos, tanto en los comienzos de cada año como dentro de cada uno de los años; acordándose que al terminar el sexto año se comenzaría de nuevo con el primero, cíclicamente.
Aquellos acuerdos siguen vigentes a día de hoy, por lo que sabemos ya que en los próximos seis años, desde el 2013 hasta el 2018, los nombres para los ciclones tropicales que se formen y circulen por el Océano Atlántico serán los que figuran en la lista que se presenta bajo estas líneas, con los 21 casos previstos para cada año, repitiéndose para 2019 la lista de 2013 y así sucesivamente.
Para el caso de que en un mismo año se presenten más de 21 huracanes, como ocurrió por ejemplo en el 2005, año del tristemente famoso Katrina, se les denominaría a partir del 22 siguiendo el alfabeto griego ordenadamente (alfa, beta, etc.).
En el actual 2013, que según algunos estudios desarrollados será más activo de lo habitual, no hemos estrenado todavía la lista de huracanes atlánticos, puesto que, de acuerdo con las condiciones climáticas medias de la zona del Atlántico en que se gestan, la temporada más propicia para su aparición y desarrollo es alrededor de mediados o finales del verano y principio del otoño, de forma que lo normal sería que aparezca el primero de ellos a partir de agosto o septiembre, y sobre él podemos decir que si bien no podemos concretar la fecha, lo que sí sabemos ya es que, en cuanto asome, será bautizado inmediatamente y se llamará “Andrea”.
En relación con este tema de los nombres asignados a los huracanes, hay que decir que, por acuerdo internacional de mediados de los años 50, cuando una perturbación tropical causa daños significativos, se elimina de la lista el nombre que se había asignado a dicha perturbación, para que ese fenómeno pueda ser referenciado fácilmente, sin duplicidades, a lo largo del tiempo.
Eso fue lo que ocurrió con la lista de huracanes tristemente famosos, que aparecen en la siguiente tabla, en la que figura “lo peorcito”, de entre todos los huracanes que aparecieron en el Atlántico desde 1954 hasta hoy. De acuerdo con lo que decíamos antes, puede observarse que hasta 1979 no aparece ningún nombre masculino.
Por supuesto es de desear que a partir del presente 2013, las casillas correspondientes a estos monstruos queden vacías, durante muchos años, lo que significaría que no se habría presentado ningún ejemplar de las brutales características de sus colegas de años anteriores en la tabla. Sin embargo no debemos olvidar que el que se haga realidad ese buen deseo depende en gran medida de las actividades humanas.
Es suficientemente conocido y generalmente admitido, que el enorme crecimiento de la presencia de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en la atmosfera de nuestro planeta, consecuencia sobre todo del modelo energético que estamos aplicando, está dando lugar a la ruptura del equilibrio ancestral de nuestro sistema climático, provocando una sobrecarga de energía que se acumula sobre todo en la atmosfera y en la hidrosfera, obligando a que el sistema climático busque las formas de deshacerse de esa energía, y una de esas formas es la de desarrollar huracanes, de enorme virulencia, que descargan cantidades ingentes de energía.