Era el mes de enero y por tanto pleno verano en el hemisferio sur, lo que empezaba a hacerse notar en las costas de las tierras antárticas, con la subida de las temperaturas, que hacía que el hielo fuera disminuyendo e incluso desapareciendo en las zonas costeras, de forma que hasta permitía pasear por aquellas playas y disfrutar de la contemplación de alguno de los representantes de la fauna local (pingüinos, focas, leones y elefantes marinos, etc.).
Sin duda los personajes más simpáticos, con los que compartí muchos de mis recorridos de trabajo durante las observaciones y también los paseos en los ratos libres, eran los pingüinos y más en concreto uno de ellos, al que yo llamaba el pingüino disidente, puesto que solía separarse del grupo y acompañarme en solitario, con sonidos y gestos que supongo querían decir algo que nunca entendí, aunque sí que imité, puesto que a él parecía gustarle y tal vez por eso me seguía en cuanto veía que yo me acercaba a la orilla, lo que me permitía disfrutar de compañía en aquella soledad.
Pero vayamos a algunos de los resultados de las observaciones realizadas; el hecho de que las temperaturas registradas en los observatorios antárticos, incluido el de la Base Antártica Española, en adelante BAE para abreviar, no sigan la tendencia global al calentamiento que presentan el resto de los datos de temperatura de todo el planeta en general y del hemisferio sur en particular, hace pensar que la Antártida está actuando como sumidero térmico, a través de la transformación de calor sensible en calor latente, es decir tomando el calor de la atmósfera y utilizándolo en fundir hielo.
Esto da lugar a una pérdida directa de masa de hielo por fusión, y a una pérdida mucho mayor a través del aumento en el desprendimiento de bloques de hielo. Durante mi estancia en la BAE, una de las cosas que más llamaba mi atención era el enorme silencio, al que me he referido en alguna ocasión como el mayor silencio que nunca he oído, con lo que la caída de enormes bloques de hielo del frente de los glaciares que rodeaban la Bahía Sur de Livingston, sonaba con claridad, con un sonido sordo y lejano, aunque inmediatamente se veían sus causas y efectos en las aguas de la bahía.
Se prevé que, caso de continuar el cambio climático hacia el calentamiento, lo que parece ser lo más probable, podrían producirse elevaciones máximas del nivel del mar de hasta 2 metros a finales del siglo actual, subida que podría reducirse a unos 65 cm en el caso de tomar algunas medidas en la reducción de emisiones de los tristemente famosos Gases de Efecto Invernadero (GEI).
La presencia permanente de hielo y nieve sobre la Antártida es tal vez el factor de mayor influencia, no solamente sobre el clima de la propia Antártida, sino también sobre el clima global del planeta.
Cualquier variación del régimen de temperaturas en las zonas costeras y sobre la zona sur de los océanos de su entorno está relacionada con una variación en la cantidad de hielo. Los cambios a mayor escala, tanto espacial como temporal, los que podrían considerarse como verdaderos “cambios climáticos” deben estar asociados a movimientos de las placas de hielo que cubren el continente; movimientos que, en otra escala de dimensiones, serían similares a los avances y retrocesos observados en muchos de los glaciares de otros continentes.
La cuestión que se plantea es si esa variación en la superficie total de la criosfera antártica, junto a las variaciones del resto de los factores que intervienen en el balance de masa y energía, presenta alguna tendencia en relación con el calentamiento global de la atmósfera, y en su caso cuál sería la respuesta de la masa de hielo antártica frente a los posibles escenarios en que se desarrollará el cambio climático; estos son asuntos que están y estarán en estudio, observación y evaluación durante no poco tiempo.
Finalmente quiero dejar constancia, con afecto, de mi despdida del buque que sin ser ni de lejos un rompehielos, sin ser ni siquiera un empuja hielos, se portó lo mejor que pudo,… mientras pudo. De cuantas travesías he hecho en mi vida, que han sido unas cuantas, no recuerdo haber navegado nunca en un barco al que le crujiera tanto todo su organismo como a aquel pobre y viejo Pomaire, pero tras tantas horas de compartir crujidos con los viejos buques se les acaba tomando cariño,… Sentí mucho la noticia de su final, poco tiempo después de nuestra travesía antártica.
A finales de enero habíamos desembarcado del crujiente Pomaire en el puerto de la ciudad de Punta Arenas, y el 23 de febrero, en la siguiente navegación hacia la Antártida, el buque varó en la roca Warden, en el Canal Angostura, justamente por los canales de la costa chilena que había recorrido con nosotros en la travesía anterior, lo que obligó a suspender su viaje, regresando a Valparaíso para reparaciones, de las que ya no salió, puesto que un nuevo temporal dejó al Pomaire varado contra las piedras de la costa en Valparaíso, declarándose pérdida total, y siendo desguazado en el mismo lugar de la varadura.
Si los buques antárticos tienen alma, y yo creo que sí la tienen, que Dios tenga en su gloria el alma del pobre Pomaire. Y ya de paso, que vaya extendiendo su manto sobre todo el territorio de la Antártida, puesto que los intereses de algunas naciones están ya mirando con avaricia la riqueza escondida en aquel subsuelo que soporta sobre él la mayor concentración de hielo del planeta Tierra. ¡Que Dios la guarde!