Como físico, siempre me han llamado la atención los campos electromagnéticos, sus propiedades y sus potencialidades, al tiempo que, como creyente, me resultaba curioso el halo, presuntamente de energía radiante, que suelen dibujar los artistas rodeando la cabeza de las personas a las que la Iglesia ha declarado santas.
Con frecuencia el tamaño de este halo de santidad, dibujado alrededor de la cabeza de los presuntos santos, parece ser directamente proporcional al grado de santidad del interesado, o al menos esa sensación se tiene al contemplar las imágenes. Lógicamente, en ese ranking a la Virgen María le debería corresponder una altísima categoría y por tanto un halo luminoso de enorme diámetro.
Sin embargo, os invito a que escribáis en el buscador de Google la palabra “VIRGEN” y comprobéis en el apartado “Imágenes” el resultado. Podréis ver que aparecen muchas imágenes de la Virgen, bajo muchas advocaciones, unas con halo, otras sin él, pero con una excepción, que es la de NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE (MÉXICO), que aparece siempre con un enorme halo que envuelve todo su cuerpo, pasando a ser un auténtico AURA global, que la rodea de cabeza a pies.
La explicación a esa unanimidad en las representaciones del halo-aura hay que buscarla en el origen de la primera imagen de Nuestra Señora, bajo esta advocación, imagen creada por la propia Virgen tras su aparición al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin, en diciembre de 1531. La Virgen María, en su advocación de Virgen de Guadalupe, se apareció varias veces a este indígena, Juan Diego, en el cerro del Tepeyac (México), y le pidió que fuera en busca del obispo y le solicitara la construcción de un templo en aquel lugar.
Cumpliendo el mandato, el indígena fue en busca del obispo fray Juan de Zumárraga para informarle de la solicitud de la Virgen, pero el fray no se creyó lo de las apariciones, por lo que le solicitó una prueba. Y sigue la leyenda señalando que, una ver informada de la petición, la Virgen encargó al indio que cortara algunas rosas de la cumbre del cerro y se las llevara al obispo.
Siguiendo las instrucciones de la Señora, Juan Diego se puso a buscar rosas, aun sabiendo que por allí no crecía ninguna; sin embargo encontró de pronto un rosal con flores de muchos colores, que cortó y guardó envolviéndolas dentro de su tilma, manta de algodón que usaban en México los hombres del campo, a modo de capa.
Posteriormente, Juan Diego se dirigió de nuevo a visitar al obispo Zumárraga y una vez frente a él desplegó la tilma, cayendo las flores al suelo y quedando impresa en la tela que las envolvía la imagen de la Virgen de Guadalupe, tal como se conserva y venera desde entonces, llena de símbolos y de misterios que se han tratado de descifrar a lo largo de los años, dando lugar a múltiples interpretaciones.
Uno de los enigmas es el de las estrellas del manto de la Virgen, puesto que las 46 estrellas que se han encontrado en el manto, aparecen exactamente en la posición que ocupaban las constelaciones en el cielo durante el solsticio de invierno del año 1531, en el que tuvieron lugar las apariciones. Si aquella imagen de la Virgen hubiera sido dibujada por un pintor, parece poco probable que hubiera incluido tantas estrellas y tan perfectamente alineadas, desde el punto de vista astronómico.
Otro de los misterios es que ya en el siglo XVIII varios científicos realizaron pruebas científicas que mostraban cómo era imposible pintar una imagen así en un tejido con aquella textura, alcanzando la conclusión de que “no es posible que haya sido pintada por la mano del hombre”. De hecho, con el pasar del tiempo, las fibras del “ayate”, tejido que utilizaban los indios para confeccionar su tilma, se degradan, de forma que normalmente no deberían durar más de veinte años. Sin embargo, la imagen original de la Virgen Guadalupana está impresa desde hace casi cinco siglos.
No deja también de tener un punto enigmático el hecho de que el Papa Juan Pablo II, manifestara frecuentemente su interés por todo cuanto rodeaba a la Virgen Guadalupana, y de hecho fue este Papa quien llevó a los altares al indígena Juan Diego a quien se la había aparecido la Virgen en el cerro del Tepeyac (México), indígena que fue beatificado en 1990 y canonizado en 2002, por el propio Papa Juan Pablo II.
El actual Papa Francisco, ha manifestado también en varias ocasiones su devoción a esta advocación de la Virgen, y el pasado 11 de diciembre, víspera de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, envió un mensaje en el que, entre otras cosas, decía: “Mañana es la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de toda América. Con esta ocasión, deseo saludar a los hermanos y hermanas de ese Continente, y lo hago pensando en la Virgen de Tepeyac, el lugar en que Nuestra Señora se apareció a San Juan Diego.
Pero, volviendo a los misterios que envuelven a la imagen de esta Virgen, un científico tan eminente como Richard Kuhn, galardonado con el Premio Nobel de Química del año 1938, hizo análisis químicos en los que se pudo constatar que la imagen de la Virgen no tiene colorantes naturales, ni de origen animal ni de ninguno de los tipos de colorantes minerales conocidos. Por lo que, dado que en aquella época no existían los colorantes sintéticos, resulta que, el origen de la imagen es inexplicable, desde ese punto de vista.
En 1979 dos investigadores estadounidenses, Philip Serna Callahan y Jody Brant Smith, estudiaron a fondo la imagen, mediante la utilización de rayos infrarrojos y descubrieron con sorpresa que no había huella de pintura y que el tejido no había sido tratado, ni antes ni después de la impresión sobre él de la imagen, con ningún tipo de técnica.
El Doctor José Aste Tonsmann, ingeniero del Centro de Estudios Guadalupanos de México, que ha estudiado la imagen durante varios años, se pregunta ¿Cómo es posible explicar esta imagen y su consistencia en el tiempo sin colorantes y además sobre un tejido que no ha sido tratado?
Se dice que en el año 1791 se derramó accidentalmente, en el lado superior derecho de la tela, una cierta cantidad de ácido clorhídrico, también conocido como agua fuerte, ácido altamente corrosivo, lo que hizo temer que la tela sería muy dañada. Sin embargo, poco después, sin tratamiento alguno, se recuperó milagrosamente el tejido dañado, hasta el punto que actualmente apenas queda huella de este hecho salvo una ligera decoloración en esa parte del cuadro, que testimonia lo ocurrido.
Otro severo ataque a la imagen tuvo lugar el 14 de noviembre de 1921, cuando Luciano Pérez, un anarquista español, depositó un jarrón con flores al lado del cuadro, el jarrón contenía una potente bomba, cuya explosión provoco destrozos alrededor, menos en la tilma contenida en el cuadro, que permaneció en perfecto estado de conservación, incluyendo el cristal, que no se rompió, lo que tiene difícil explicación, máxime cuando una gran cruz de metal que se encontraba en las proximidades y que se guarda como testimonio, fue totalmente doblada por la explosión.
En fin, hasta aquí algunos de los enigmas que rodean los orígenes y la historia de esta Virgen de Guadalupe, tan querida por los mexicanos y tan llena de misterios, de los que tal vez el más desconcertante, es que en su imagen es posible detectar “lo que se ve que veía…” la Virgen en aquellos instantes, lo que se puede ver analizando los ojos de esta Virgen, ojos que miraban, veían, reflejaban y hasta grababan lo que tenían ante sí.