Desde hace ya varios años, los términos efecto invernadero, calentamiento global, cambio climático, extinción de especies, degradación de suelos, desertificación, y otros, se han hecho habituales en los medios de comunicación, por lo que resultan ya generalmente conocidos, al menos “de oídas” o “de leídas”, a pesar de lo cual siempre faltan cosas por conocer y aclarar. Por ejemplo, es frecuente llamar “cambio climático” al conjunto formado por las causas y sus efectos, cuando convendría separar ambos conceptos.
Frecuentemente se dice que son consecuencia del cambio climático cosas que poco o nada tienen que ver con él, y sin embargo no se le achacan situaciones que sí son consecuencia de ese cambio. Es como si se hubiera troceado el tema, separando las piezas como si se tratara de un puzle, y después tratásemos de forzar la entrada de una pieza en un hueco, sea el suyo o no.
Algunas realidades, constatadas por la observación, son que los glaciares están derritiéndose en todo el mundo y que, con cada verano, disminuyen más y más los hielos marinos, de forma que las criaturas marinas tienen ya dificultades para sobrevivir en aguas cada vez más cálidas y la reducción de las poblaciones de peces amenaza el sustento de aquellos que dependen de la pesca.
Los incendios forestales y las olas de calor son cada vez más frecuentes y violentos, produciendo cada año numerosos daños materiales, y lo que es peor incluso pérdidas de vidas, al tiempo que los cambios en los patrones de distribución de las enfermedades hacen que la población humana sea más vulnerable a brotes de infecciones, algunas de ellas graves, que hasta ahora no nos habían atacado. Al mismo tiempo, algunas regiones se enfrentan a inundaciones devastadoras, mientras que otras atraviesan períodos de sequía de larga duración.
Todos estos eventos afectan enormemente a nuestra sociedad y a muchas de sus actividades, y las previsiones de los climatólogos sugieren que estas situaciones seguirán presentándose en el futuro, y cada vez con mayor intensidad, de forma que estos temas seguirán dominando los titulares de los medios de comunicación. Sin embargo, el tema no es nuevo, puesto que hace más de siglo y medio que este asunto ha venido preocupando y ocupando a los científicos. Volviendo al símil del puzle, la situación es similar a armar uno de ellos gigantesco, en el que cada pieza individual aportara un poco de información, pero de manera que, a medida que colocamos más piezas en sus sitios, el puzle va adquiriendo una forma que podemos identificar, pese a que algunas partes aún quedan por terminar.
Hoy en día, prácticamente la totalidad de los climatólogos, sobre todo aquellos de primera línea, que tienen un cierto prestigio, coinciden en que las partes del puzle, que hemos logrado armar hasta ahora, muestran claramente que en efecto se está produciendo un cambio climático inducido por la actividad humana. Pero ésta no es una teoría reciente, puesto que ya en el siglo XIX, un respetado científico sueco llamado Svante Arrhenius publicó una serie de artículos e incluso un libro en 1896, en los que hacía una predicción que, en aquellos momentos parecía descabellada, pero que, con el transcurso del tiempo, demostró ser acertada.
Arrhenius estaba investigando el ciclo del carbono con un colega, un estudio que incluía, entre otras cosas, un cálculo aproximado de los cambios producidos en el nivel de dióxido de carbono (CO2) por procesos naturales tales como la meteorización de las rocas, las erupciones volcánicas y la absorción de dicho gas por los océanos. Esto se había hecho ya en décadas anteriores al trabajo de Arrhenius, pero lo que nadie se había planteado antes era considerar como una posible fuente de CO2, al propio ser humano y sus actividades, planteándose la pregunta ¿Será posible que el ser humano llegue a cambiar el clima en el futuro?
Arrhenius calculó que sería suficiente duplicar el dióxido de carbono presente, en su época, en la atmósfera para que la temperatura de la Tierra aumentara del orden de 5 a 6 °C, pero a él le tranquilizaba pensar que, al ritmo de emisiones de 1896, esa subida tardaría miles de años en producirse. Sin embargo, para cuando sus artículos y publicaciones sobre el tema salieron a luz, concretamente en 1908, la cantidad de carbón que se estaba quemando había aumentado tanto que Arrhenius cambió su estimación anterior, modificando sus previsiones y pasando el plazo que él había estimado en miles de años a “unos pocos siglos”.
Por otra parte, esta aceleración en la emisión de gases de efecto invernadero, no preocupaba demasiado a Arrhenius, que incluso creía que un clima más cálido sería beneficioso, lo que únicamente se comprende, si tenemos en cuenta que él vivía en Estocolmo, a unos pocos cientos de kilómetros del círculo polar ártico, donde una subida de temperaturas se veía como algo lleno de interesantes posibilidades.
Arrhenius ganó el Premio Nobel de Química en 1903, y transcurrido más de un siglo desde sus estimaciones originales, se ha encontrado que fueron sorprendentemente cercanas a los mejores cálculos actuales. Hoy día los climatólogos no tenemos ninguna duda de que estamos inmersos en un cambio climático y de que la rapidez con la que se está desarrollando ha sido inducida por la actividad humana. Y, por supuesto, lejos del optimismo de Arrhenius, válido únicamente para algunas áreas de Suecia, las consecuencias del cambio no pueden considerarse como globalmente beneficiosas, sino más bien todo lo contrario.
Todas las formas de medición a nuestra disposición indican que el planeta está calentándose, y que hace varios decenios que la temperatura está bastante más alta que sus valores de referencia anteriores. Si bien un aumento del orden de 0,7 °C a lo largo del último siglo no parecería una gran amenaza, hay que recordar que se trata de un promedio mundial, por lo que la situación, para áreas concretas de nuestro planeta, está presentando ya valores que sitúan a muchas personas bastante lejos del confort deseable. Siendo el calentamiento mayor sobre tierra firme que sobre los océanos y mayor en las latitudes altas que en las regiones tropicales, como puede comprobarse en los siguientes gráficos de anomalías térmicas globales, generados por la University Corporation for Atmospheric Research.
Es evidente que en la actualidad estamos ya experimentando algunos de los efectos asociados al cambio climático. Un ejemplo de ello podemos encontrarlo en cómo, recientemente, en los últimos decenios, se están registrando récords de temperaturas máximas, y episodios de intensas y prolongadas sequías, con una elevada frecuencia y con patrones similares en todo el planeta.
Mientras el clima global ha permanecido relativamente estable durante varios miles de años, las variaciones regionales en el clima han influido profundamente en la historia de la humanidad; ahora sabemos que lo contrario es cierto también, es decir que las actividades humanas, como la quema de combustibles fósiles y la deforestación de grandes áreas, han tenido una gran influencia en el clima de la Tierra.
El IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) llegó a la conclusión de que el efecto neto de las actividades humanas desde mediados del siglo XVIII ha sido un apreciable aumento de la temperatura a lo largo del siglo XIX, continuando, e incluso incrementándose, durante el XX y en el presente XXI. El IPCC atribuye la influencia humana en el calentamiento global principalmente al incremento de tres gases, que han resultado claves para atrapar calor en la atmósfera, el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso.
Pues bien, la mayor parte de todo esto que hemos comentado, se sabía desde hace más de un siglo, y se ha venido anunciando y denunciando desde entonces, en todos los foros, a través de todos los medios y a todos los niveles, local, regional, nacional, continental y global, por desgracia con muchas reuniones, llenas de fotografías y brindis de los reunidos, pero vacías de unanimidad en los acuerdos y sobre todo de la voluntad en el cumplimiento de los mismos.
Ojalá que GEA (GAIA) nos eche una mano, antes de que crucemos el punto de no retorno.