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Adolfo Marroquín

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En clima, como en otras cosas, el peligro es la velocidad

Recuerdo haber oído decir en una ocasión que “las balas no matan, lo que mata es la velocidad que llevan”; lo que resulta ser una absoluta evidencia…; y lo mismo podríamos decir de los accidentes de tráfico, en los que resulta también evidente que lo que mata es la velocidad de los vehículos implicados, puesto que estando aparcados son bastante inofensivos. Pues bien, aunque no siempre resulte tan evidente, la velocidad es también el problema fundamental en relación con el conflicto climático, en que estamos metidos; concretamente la velocidad con la que hemos inyectado en la atmósfera los tristemente famosos GEI (Gases de Efecto Invernadero).

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Si las emisiones de esos gases hubieran sido razonablemente lentas, entendiendo por tal el ritmo de emisión compatible con la capacidad de absorción por parte del Sistema Climático de nuestro planeta, como había venido ocurriendo a lo largo de los siglos anteriores al XIX, no hubiera pasado nada, o casi nada, puesto que la naturaleza, que no soporta las prisas y los desequilibrios, se hubiera encargado de mantener el deseable equilibrio; evitándose así el calentamiento global del planeta y las consecuencias asociadas, incluidas las numerosas anomalías climáticas, que se conocen bajo la denominación general de Cambio Climático.

Según datos del IPCC (Intergubernamental Panel sobre Cambio Climático) la temperatura promedio del planeta, como consecuencia de la emisión de GEI, fundamentalmente del famoso dióxido de carbono (CO2), se incrementó en 0,7 ºC durante el pasado siglo XX y de acuerdo con las estimaciones aumentará del orden de entre 2 y 4 ºC en el presente siglo. Estos valores pueden parecernos poco importantes, y sin embargo suponen el mayor y más rápido aumento, de los últimos cientos de miles de años.

La superficie terrestre absorbe el calor de la radiación solar incidente y vuelve a irradiarlo hacia la atmósfera y el espacio. Pero, los gases de efecto invernadero absorben buena parte de este calor, impidiendo su devolución hacia el espacio exterior, y volviendo a reemitirlo hacia la superficie del planeta.

Este proceso es lo que se conoce popularmente como “efecto invernadero”, pero quizás sería más apropiado denominarlo “efecto de abrigo”. Aunque los gases de efecto invernadero constituyen tan sólo el 1% del total de los gases presentes en la atmósfera, su capacidad de atrapar el calor, abrigando al planeta e impidiendo la devolución de ese calor al espacio, es enorme. Y nosotros, al quemar cada día más combustibles fósiles, en la práctica estamos amontonando más y más capas de abrigo que calientan el planeta tanto, y tan rápidamente, que la naturaleza no es capaz de adaptarse.

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Por otra parte, el vapor de agua es sin duda el más importante de los gases de efecto invernadero que ocurren naturalmente, ya que es responsable del 60% de dicho efecto, en comparación con el dióxido de carbono, que aporta tan sólo el 26%. Si bien las actividades humanas no aumentan la cantidad de vapor de agua en la atmósfera directamente, lo cierto es que el calentamiento producido por otros gases, como el CO2, provoca más evaporación y aumenta la cantidad de vapor de agua que puede contener la atmósfera. De hecho, desde 1988 nuestros satélites han detectado un incremento en la humedad atmosférica sobre los océanos, del orden del 7% por cada grado centígrado de calentamiento.

Todo esto da lugar a “la pescadilla que se muerde la cola”, puesto que, a su vez, este vapor de agua adicional aumenta el calentamiento, ya que, como hemos dicho, el vapor de agua es uno de los gases más potentes de efecto invernadero o abrigo. Por otra parte, la presencia de más vapor de agua también puede aumentar la producción de nubes, cuyo efecto es complejo, ya que pueden enfriar la atmósfera, reflejando la luz solar, y también calentarla, atrapando el calor. Es decir que, como vemos, estamos complicando a la naturaleza su tarea de seguir haciendo su trabajo, que es el de mantener el equilibrio.

Si bien las moléculas individuales de los otros gases de efecto invernadero, como el vapor de agua, son más potentes en términos de su capacidad de atrapar el calor, la enorme cantidad de dióxido de carbono introducida en la atmósfera durante el último siglo debido a las emisiones generadas por el ser humano y la capacidad de dicho gas de permanecer en la atmósfera durante decenas e incluso cientos de años, explican por qué el dióxido de carbono es un tema de permanente preocupación.

El incremento de la temperatura global causa alteraciones en los patrones del clima, una atmósfera más caliente, a la que no estamos dando tiempo de enfriarse de forma natural, almacena más energía y una atmósfera cargada de energía genera más y más eventos, cada vez más extremos y frecuentes, como está ocurriendo ya en la actualidad con la presencia de olas de calor en muchas áreas del mundo, alternándose espacial y temporalmente con olas de frío, dando lugar a anomalías en las temperaturas, pero también las precipitaciones, que alteran el día a día de los humanos.

De hecho, como decíamos, el cambio climático no sólo conlleva un aumento de las temperaturas medias a nivel mundial, sino que implica también un aumento en la variabilidad climática; batiéndose numerosos récords por altos valores, tanto de temperaturas como de precipitaciones, pero pasados unos meses, se presentan también récords en el número de días de heladas o en las sequías. Se trata por tanto de fuertes anomalías térmicas, pero también de anomalías que afectan y afectarán a todas las componentes del sistema climático y del medio ambiente en general.

Durante las últimas décadas hemos vivido cambios a escala planetaria, presididas por un calentamiento global, pérdidas de biodiversidad por la extinción de especies, destrucción de hábitats, etc. Y, en todos estos procesos, la responsabilidad de la actividad humana es evidente, no sólo por la emisión de gases contaminantes, sino por los cambios en los usos del suelo, por la urbanización descontrolada, por la extracción y explotación, a un ritmo totalmente imprudente, de los recursos naturales del planeta, etc.

En la actualidad ya hemos superado las 400 ppm (partes por millón) de CO2 en la atmósfera, y cada año batimos varios récords en temperaturas, con inviernos más calurosos y olas de calor en verano, los glaciares de montaña y también los casquetes en Groenlandia y en la Antártida están fundiéndose con rapidez, y la disminución del periodo de banquisa en el Ártico abre la amenazadora visión de un Polo Norte sin hielo, lo que ocurrirá tan pronto como en los veranos de la próxima década, desapareciendo el permafrost en muchas áreas del planeta, sobre todo en altas latitudes y montañas.

03-pasado-futuro-tempSabemos que nuestro planeta, a lo largo de los millones de años de su existencia, ha sufrido importantes cambios de temperatura; de hecho se dispone de datos que lo demuestran, a lo largo de las sucesivas glaciaciones, en los últimos 800.000 años, pero la velocidad a la que están ocurriendo los cambios en la actualidad es muy superior a la de los cambios climáticos anteriores, que eran naturales, y parece evidente que no podemos, o al menos no debemos, esperar décadas o siglos para constatar los efectos del actual cambio rápido en el aumento del nivel del mar, en la temperatura, en la fusión de los hielos, y todas las demás consecuencias, puesto que puede ser demasiado tarde para poner en marcha medidas de mitigación o de adaptación al cambio.

En la antigüedad de la historia de la Tierra, cuando el clima era mucho más cálido, el material vegetal quedaba enterrado en enormes ciénagas, con tal rapidez que no llegaba a descomponerse; después estos restos enterrados estuvieron sometidos a calor y presión, con lo que finalmente se transformaron en carbón. De forma análoga, los microorganismos enterrados en fondos marinos y lacustres a lo largo de la historia del planeta se convirtieron en petróleo. Estos procesos secuestraron grandes cantidades de carbono en forma de petróleo, gas natural y carbón. Al quemar después estos materiales, a un ritmo creciente, sobre todo en los últimos 150 años, hemos liberado a la atmósfera, muy rápidamente, el carbono que el planeta había almacenado a lo largo de cientos de millones de años.

Eso es precisamente lo que la naturaleza no soporta, las prisas, y más aún las prisas que provocan desequilibrios; de forma que, si no queremos entrar en conflicto con la propia naturaleza, o frenamos mucho y pronto la velocidad de nuestras emisiones, o la naturaleza nos hará pagar por ello… Y NO NOS GUSTARÁ CÓMO.

Adolfo Marroquín Santoña

 

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Sobre el autor

Adolfo Marroquín, Doctor en Física, Geofísico, Ingeniero Técnico Industrial, Meteorólogo, Climatólogo, y desde 1965 huésped de Extremadura, una tierra magnífica, cuna y hogar de gente fantástica, donde he enseñado y he aprendido muchas cosas, he publicado numerosos artículos, impartido conferencias y dado clases a alumnos de todo tipo y nivel, desde el bachillerato hasta el doctorado. Desde este blog, trataré de contar curiosidades científicas, sobre el clima y sus cambios, la naturaleza, el medio ambiente, etc., de la forma más fácil y clara que me sea posible.


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