Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que unas 7.000 personas mueren cada año en España a causa de las enfermedades provocadas por la contaminación del aire; encontrándose además que, a nivel planetario, el 92% de la población vive en lugares donde se superan los umbrales límite sobre calidad de aire, referidos a los llamados CCVC (Contaminantes Climáticos de Vida Corta), como el carbono negro (CN, que se produce en combustiones incompletas o ineficientes), el metano (CH4), el ozono troposférico (O3) o los compuestos de cloro, flúor y carbono (CFCs).
Estos agentes, que resultan peligrosos por sus efectos nocivos para la salud humana, para la agricultura y los ecosistemas, contribuyen además al calentamiento global, origen del cambio climático, que es actualmente la mayor amenaza a que se enfrenta la humanidad. Sin embargo, la permanencia en la atmósfera de estas componentes es relativamente breve en el tiempo, puesto que va desde unos días hasta unos pocos años, a diferencia de los conocidos GEI (Gases de Efecto Invernadero), como el tristemente famoso CO2 (dióxido de carbono), que permanece en la atmósfera durante siglos o milenios.
El hecho de que estos contaminantes permanezcan poco tiempo en la atmósfera significa que su eliminación resultaría beneficiosa y apreciable a corto plazo; por ello su reducción representa una oportunidad que debemos aprovechar en la lucha contra los efectos de la contaminación, que es un desafío global. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), coordina varias de las medidas que permitirán proteger el clima, y disponer de un aire limpio, y además hacerlo de forma que sus efectos se noten pronto.
Sin embargo, suponiendo que se lleve a cabo la reducción de los CCVC, el calentamiento a largo plazo continuará y estará determinado esencialmente por las emisiones acumulativas totales de CO2, que serán efectivamente irreversibles en unos pocos decenios, salvo que se tomen serias medidas en el control de sus emisiones. Por tanto, aunque tanto los CCVC como el propio CO2, son contaminantes que tienen efectos climáticos importantes, y por tanto conviene rebajarlos, lo que nos interesa ahora, para empezar a aplicar medidas correctoras, es que, al presentarse ambos a escalas de tiempo tan diferentes, la reducción de las emisiones de ambos resultan metas independientes y complementarias, a la vez.
Reducir el ritmo de crecimiento del cambio climático a corto plazo dará lugar a múltiples beneficios, incluyendo la reducción de sus impactos en los seres vivos que habitan el planeta, disminuir la actual pérdida de biodiversidad, ganar tiempo para la puesta en marcha de medidas de adaptación al cambio y, sobre todo, reducir el riesgo de ir más allá del conocido como punto de no retorno, que nos llevaría a un cambio climático irreversible. Al mismo tiempo, ayudará en la mitigación del calentamiento en el Ártico, y otras regiones altas, donde abundan glaciares que actualmente están en peligro de fusión. También se obtendrían beneficios en la disminución del ritmo de aumento del nivel del mar.
Mención especial, dentro de estos contaminantes de corta vida, merece el ozono que se sitúa en la capa atmosférica más próxima al suelo (troposfera), por lo que es denominado ozono troposférico, actuando allí como un contaminante muy perjudicial. Este ozono es un gas secundario porque no es emitido directamente, sino que se forma cuando gases precursores se oxidan al entrar en contacto con la luz solar. Es conocido que, en la parte superior de la atmósfera (estratósfera), el ozono actúa como un escudo protector, dando lugar a la ozonosfera, que protege al planeta del daño de la componente ultravioleta de la radiación solar. Sin embargo, como decimos, en la parte más baja de la atmosfera el ozono actúa como un potente gas de efecto invernadero y un dañino contaminante, que tiene efectos adversos en la salud humana y de los ecosistemas.
El ozono troposférico es también el principal componente del smog fotoquímico urbano, convirtiéndose en un oxidante altamente reactivo que puede empeorar males como la bronquitis y los enfisemas, desencadenar asma y dañar permanente el tejido pulmonar.
Retrasar la puesta en marcha de las medidas de control de estos contaminantes, podría conducirnos a no alcanzar los beneficios esperados; se calcula que el retraso de unos 25 años en la toma de las medidas, llevaría a tener impactos irreversibles sobre el sistema climático, y a que la subida de la temperatura media del planeta superase en este siglo los 2°C, con lo que la gente no tendría ni la capacidad, ni el tiempo necesario para adaptarse.
Por otra parte, entre los beneficios climáticos de la mitigación de los CCVC, está el de que podemos cuantificar el calentamiento global que, a muy corto plazo, podemos evitar; en concreto, para el 2030 podrían evitarse 0.6°C del calentamiento total previsto para el 2050.
En la línea de las recomendaciones adoptadas en el Acuerdo de París, que suponen poner en marcha todos los esfuerzos necesarios para que el incremento de la temperatura global del planeta no alcance los 2ºC, la inmediata implementación de las medidas de control de los CCVC, junto con medidas orientadas a la reducción de las emisiones de CO2, serían una buena garantía para conseguir no superar esos peligrosos 2°C previstos, e incluso los 1.5ºC, que el citado Acuerdo de París recomienda, como medida de seguridad. Ojalá se consiga, por el bien de todos nosotros.