Hoy por hoy, el mundo de los sueños sigue siendo un misterio, a pesar de los miles de trabajos publicados sobre el tema, por verdaderos especialistas, entre los que merecen citarse a Sigmund Freud, quizás el pensador más famoso y polémico de la psicología del siglo XX, así como otros colegas suyos, todos ellos con múltiples estudios publicados acerca de los sueños, sin que ninguno haya podido contestar satisfactoriamente a todas las preguntas que surgen sobre lo que sigue siendo, en buena medida, un enigma.
Allá por la década de 1950, varios científicos que trabajaban con seres humanos identificaron un estado particular, que estaba caracterizado por el aumento de la actividad cerebral, una respiración y ritmo cardíaco acelerados y la parálisis muscular. Pero, el rasgo más sorprendente que encontraron fue la agitación de los ojos bajo los párpados cerrados, puesto que todos esos cambios fisiológicos se producían mientras los sujetos estaban profundamente dormidos.
En la actualidad se sabe que, a lo largo del sueño, se distinguen fundamentalmente dos etapas, denominadas fase de sueño rápido, o fase REM (por su nombre en inglés, Rapid Eye Movements, es decir movimientos rápidos del ojo), y fase de sueño lento, o fase no REM. A su vez la fase NO REM, se divide en cuatro sub-fases distintas y básicamente todas estas fases se van alternando, de forma cíclica, aproximadamente cada 90 minutos, mientras la persona permanece dormida, correspondiendo los últimos 20 o 30 minutos en cada una de las alternancias a la fase REM.
Según se dice, durante la fase no REM del sueño, nuestro ADN se repara y el organismo se recupera, recargando las pilas, para el día siguiente. Sin embargo, en la actualidad la onirología, que es la ciencia que estudia los sueños, sigue siendo un campo enigmático, a pesar de todo lo que ya se sabe sobre la fisiología del sueño.
Lo cierto es que, según parece absolutamente todos soñamos, pero lo cierto también, es que hay una notable variedad de modelos de sueño, con sus etapas correspondientes, y con gestaciones diferentes; lo que da lugar a un variado catálogo de posibilidades. Por ejemplo, y sin ir más lejos, yo mismo “no recuerdo haber recordado nunca nada”, ni en todo ni en parte, de ninguno de los sueños habidos en mí ya larga vida; mientras que mi santa esposa los recuerda, casi diariamente, y con un lujo de detalles que no deja de sorprenderme, llegando a niveles como el sitio donde se desarrollaba su sueño, las personas presentes allí, incluyendo no sólo cómo iban vestidas esas personas, sino cómo, cuándo y sobre qué, intervenían en las conversaciones, y muchos más detalles.
Todo ello, como digo, es absolutamente sorprendente para mí, puesto que, en cada amanecer, o incluso en cada una de las interrupciones nocturnas, cuando éstas ocurren, mis recuerdos se limitan a… NADA DE NADA. En la bibliografía consultada encuentro expertos que aseguran que nuestros sueños, se pueden dar a lo largo de todo el período durante el que permanecemos dormidos, y el hecho de que no siempre los recordemos, se debe por una parte a la fase en que estemos cuando soñamos y por otra al espacio de tiempo transcurrido entre ese sueño y nuestro despertar.
Según relatan los que recuerdan sus propios sueños, es frecuente incluir en ellos escenas muy dinámicas y espectaculares, tales como creerse Superman, y por tanto lanzarse a volar; en consecuencia, el cerebro humano debe tomar las medidas oportunas para evitar que, sueños así, acaben en tragedia. Por ello, mientras el cerebro está muy activo durante el sueño, enviando el cerebro órdenes a la médula espinal y paralizando así nuestros miembros de manera temporal, lo que pasa con nuestro cuerpo es algo muy diferente, porque cuando dormimos el tono muscular del cuerpo empieza a disminuir, hasta desaparecer, casi por completo, al entrar en la fase REM. Realmente, durante esa fase, los únicos músculos que están trabajando en nuestro cuerpo son el diafragma, para poder respirar y el corazón, por razones obvias.
Esta parálisis muscular de nuestros cuerpos evita que actuemos físicamente en todas aquellas escenas que conlleven movimiento, de forma que, incluso dormidos, nuestro cerebro vela por nosotros, protegiendo nuestra integridad, puesto que podría resultar muy peligroso actuar en algunas de esas escenas que “se viven” cuando estamos dormidos. Por si acaso y como simple medida de precaución, confiemos que para aquellos que, como yo mismo, no vivimos esas escenas, o al menos no las recordamos, funcione también esa protección que dimana del cerebro.
El Dr. Javier Cabanyes, especialista en Neurología, afirma que soñamos incluso antes de nacer, existiendo bastantes evidencias de que en el feto hay sueños, puesto que el feto, durante las últimas semanas, tiene una actividad cerebral desde el punto de vista de los ritmos de sueño, vigilia y fases del sueño, muy parecidas a las que se presentan después del parto y desarrollo ulterior. Plantea también que los sueños, es decir las escenas que soñamos durante ellos, dependen de la personalidad de cada persona, y en ellos hay un reflejo de su forma de ser, por lo que las personas muy imaginativas tienden a tener sueños muy vivos y realistas, con muchas imágenes, mientras que las personas menos imaginativas, más cerebrales, a veces tienen sueños muy vagos y poco precisos o incluso tienen sensación de no soñar nunca.
Pero hay que admitir que no existen interpretaciones generales de los sueños, válidas para todo el mundo, ni tampoco un sueño aislado tiene por qué tener significado o interpretación. El factor determinante para la interpretación es que un sueño se repita, entonces sí suelen poner de manifiesto situaciones de estrés o conflictos de la infancia, o bien situaciones gratas emocionalmente, que revivimos a través de los sueños. En cuando a su relación con la realidad, lo cierto es que en los sueños se mezclan elementos del pasado y del presente, sin que podamos aplicar la lógica al resultado, dando lugar a una combinación que puede tener tanto de real como de pura imaginación irreal, con lo que la interpretación del significado de los sueños resulta ser harto complicada y dudosa.
Echando una mirada atrás, a tiempos pasados, encontramos que ya en el Antiguo Testamento (Génesis 41) figura la historia de José, en Egipto, a quien el faraón convocó para que le interpretara el sueño en el que aparecían siete vacas “gordas” y otras siete “flacas”. En aquella ocasión, hábilmente, José confió en Dios, y trasladó al faraón la explicación de que aquello significaba siete años de plenitud de cosechas para Egipto, seguidos de una terrible hambruna de la misma duración. Bueno, en el Génesis la cosa es algo más complicada, e intervienen también algunas espigas, pero ya vemos que la idea de buscar el significado de lo que se sueña, viene de antiguo.
No se puede hablar del significado de los sueños sin citar a Sigmund Freud, que ya en 1900 publicaba “La interpretación de los sueños“, obra que supuso una revolución en la concepción del fenómeno, porque postulaba que los sueños eran una deformación de nuestros verdaderos deseos y sentimientos, puesto que lo que recordamos es una versión censurada de nuestros deseos inconscientes, que encontraríamos inaceptables, por lo que soñar sería una válvula de escape para superar el que, por una u otra causa, no realizáramos nuestros deseos más ocultos.
En la permanente batalla entre los sueños nocturnos (irreales e imposibles) y los diurnos (reales y posibles), la ventaja de no tener, o al menos no recordar, los sueños nocturnos, hace que los diurnos ganen a los nocturnos, por incomparecencia de estos, con lo que resulta evidente su victoria… ¡Absolutamente inútil por otra parte!